Etiqueta: Va de Reto

  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.

    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada
  • LA BAILARINA Y EL MAGO OSCURO

    Bailarina de ballet clásico con zapatillas de punta y tutú.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Sabía que no tardaría en volver a encontrarle. Se sentó con calma a observar el espectáculo y sonrió para sí.
    Ella, ajena a cualquier otra cosa que no fuese finalizar de manera magistral su interpretación, no tenía idea de lo que estaba a punto de enfrentar.

    Tras la tercera salida ante el público esperó que el telón descendiese para marcharse a su camerino. Presurosa por salir del teatro entró al camerino a toda prisa para cambiarse.

    La melodía de aquella cajita musical reverberó en la pequeña estancia. Las luces se apagaron y solo la llama de aquella estilizada vela atravesó la penumbra.

    Sintió un nudo en la garganta y el corazón a punto de estallarle en el pecho. Sus miradas se encontraron en el espejo.
    Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver su malévola sonrisa como vaticinio del destino que le esperaba.

    No suplicó, era inútil. Siglo tras siglo había intentado obtener alguna respuesta, pero él jamás contestaba, solo le observaba. Alisó su vestido y se acomodó la tiara.
    Minutos después un estallido luminoso daba paso a la más profunda oscuridad.

    Dejó la cajita musical sobre el vetusto altar y alzó la tapa. Un brillo destelló en sus traslúcidos ojos al observarle girar en el lugar al cual pertenecía desde tiempos inmemoriales.

    De nuevo podría disfrutar de su compañía. Su preciosa bailarina no tendría descanso nunca más; su destino era danzar para él durante toda la eternidad.


    Esta breve historia ha sido escrita para va de reto especialpropuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet en su acervo de letras.

    Elementos seleccionados de cada reto propuesto:

    1. Escribir jugando diciembre: ‘tiara’
    2. 5 Líneas diciembre: palabra ‘descanso’
    3. emociones en 50 palabras diciembre: ‘sonido de cajita musical’
    4. Desafío literario diciembre: Género libre y joven que no puede hablar
  • AL ACECHO

    Fotografía de un hombre parado de perfil con capucha observando; frente a él una metrópoli.
    Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay.com

    Apretó los dientes con fuerza. El sudor le empapaba la frente, el pecho y la espalda. Gotas de sudor corrían salpicando el suelo. Parpadeó para evitar que le atacase aquel ardor furibundo cada vez que una gota de sudor le entraba en los ojos.

    Ladeó la cabeza al percatarse de aquellos zapatos que se habían detenido tan cerca de su cara. Le parecía haberlos visto en algún otro lado, pero no podía recordar dónde. Bajó en una última flexión cuando se quedó a oscuras. El golpe seco de una puerta al cerrarse con estrépito se escuchó reverberar en la sala de pesas. Intentó levantar la cabeza cuando sintió un dolor recorriéndole desde los dedos hasta el centro de la espalda. Se dejó caer boca abajo contra el suelo gritando de agonía. El crujido de huesos rompiéndose tras el eco de aquellas mancuernas al rebotar contra el suelo se mezclaba con unos chillidos aterradores que provenían de lo más profundo de su garganta.

    Una risita malévola empezó a escucharse cada vez con más fuerza. Por la acústica de aquel gimnasio parecía provenir de todos lados. Se giró tan rápido como el dolor le permitió moverse, al sentir varios discos de 20 kilos caer demasiado cerca de su cabeza.

    El leve haz de la luz de una pantalla móvil le hizo apartar la mirada un instante. Esforzándose para adaptar sus ojos a la penumbra, parpadeó de nuevo varias veces. El dolor en ambas manos le resultaba insoportable. El aroma de su propia sangre le revolvía el estómago. Respirando profundo para controlar las arcadas, se fijó en aquel tufillo tan característico.

    —¿tú? —Un par de ojillos diminutos se fijaban en su rostro, mostrando un brillo malicioso que jamás había percibido en ellos antes. Las gruesas gafas de pasta se deslizaron por aquella protuberante nariz.

    —¿Qué, te sorprende que el empollón al que todos acosáis y despreciáis, al final tenga agallas? —el tono desapasionado de su perseguidor le erizó los pelos de la nuca.

    —Venga, tío. No es para tanto —el dolor hacía que su voz se escuchase quebrada y suplicante—. Solo era una broma, ya sabes. El típico cachondeo.

    Aquellos ojos diminutos no dejaban de observarle. Supo que estaba en problemas cuando le vio sonreír de esa forma tan macabra. Se levantó a trompicones como pudo y echó a correr. Tropezaba con bancos, máquinas y colchonetas cada vez que le sentía acercarse. Una estela sanguinolenta iba marcándole el camino a su perseguidor que, mancuerna en mano disfrutaba de la caza.

    Se encontró atapado en el vestuario y se echó a llorar.

    —No quieres hacerte esto, macho —su perseguidor ladeó la cabeza, observándolo con atención—. No eres un asesino.

    —¿Por qué no? Porque soy un empollón, desgarbado, ¿un fracasado en la vida, un esperpento repulsivo que solo sirve para respirar y tragar la mierda de los retretes que os gusta utilizar? —A cada paso que su perseguidor daba empuñando la mancuerna, él retrocedía. Trastabilló dando varios pasos hacia atrás intentando evitar que le desfigurase el rostro con ella. Un dolor intenso y el ruido de más huesos quebrándose, le aturdió durante unos segundos. La sangre comenzó a brotar con fluidez desde su pómulo izquierdo, empapándole el cuello y revistiendo de más rojo aquella camiseta ajustada que le encantaba lucir.

    Sintió la pared y se dejó caer de culo en el suelo. El choque y el rebote le hizo soltar otro alarido por el intenso dolor que comenzaba a nublarle el pensamiento.

    —dime qué quieres y te juro por lo más sagrado que te lo doy —Aquellos ojos lo miraban con renovado interés.

    —quiero el libro que me robasteis.

    —Está ahí dentro —Hizo un leve movimiento de cabeza señalando el casillero que tenían un par de metros más atrás—, busca en la mochila; tengo la llave aquí en el colgante de cuero.

    Se quedó muy quieto cuando aquellos ojos se le acercaron a tan pocos centímetros. Se encontraba tan cerca, que pudo percibir como ese aliento agrio del que tanto se habían burlado le invadía las fosas nasales. El fuerte tirón que sintió en el cuello le dejó un instante sin respiración. Jadeó ahogando un grito al escuchar aquellos pasos alejarse y detenerse.

    Contuvo la respiración hasta que escuchó el sonido de la puerta del casillero al abrir y cerrarse.

    Su perseguidor tomó el libro entre sus manos y lo observaba con adoración en medio de la penumbra. Acarició la tapa con la yema de los dedos; abrió el libro y aspiró con fuerza. Mientras sus dedos rozaban las hojas, iba gesticulando como si estuviese recitando de memoria cada frase. Lo cerró con sumo cuidado y lo guardó entre su camiseta y la sudadera negra que llevaba esa noche.

    Se encogió intentando hacerse un ovillo. Aterrorizado, recordó cada instante de burlas y abusos, de risas y golpes, todo por quitarle aquel puto libro. Tragó grueso esperando que su perseguidor recogiese la mancuerna y terminase lo que había empezado.

    —No tengo intención de acabar contigo… todavía —suspiró profundo guardando silencio—. quiero que le lleves un mensaje a tus colegas —Asintió con la cabeza.

    —Lo que digas.

    —dile a tus amigotes que esta historia apenas comienza.

    Las luces se encendieron y el brillo le cegó varios minutos. Comenzó a temblar y llorar descontrolado, cuando vio aquella sudadera alejarse y salir por la puerta del vestuario.


    El sonido de la alarma le sobresaltó haciendo que el libro que descansaba sobre su pecho cayera al suelo. Se estiró has que pudo cogerlo. Lo dejó sobre la mesita de luz y mirando la portada, suspiró. La estampa del protagonista con sus gafas de pasta, la sudadera negra con capucha y aquella mirada siniestra le había atrapado desde que había visto el libro en la estantería.

    —Puta pesadilla —pensó, dirigiéndose al baño—. No leo más esa mierda terrorífica antes de dormir.

    fuera, al cruzar la calle, un joven con sudadera negra y gruesas gafas de pasta miraba expectante hacia la ventana de aquella habitación.

    Historia creada para el Va de Reto de noviembre propuesto por @JascNet