Levantó la mirada en cuanto percibió su presencia. La expresión de su rostro hablaba por sí sola; ni siquiera hizo preguntas.
—Me marcharé en cuanto finalice el ocaso.
—No es necesario, Puedes quedarte el tiempo que quieras, es solo que…
—Que prefieres que me marche, lo entiendo. —Él negó con la cabeza; MENTÍA, ELLA LO CONNOCÍA BIEN.
Le apoyó la palma sobre el pecho a la altura del corazón. La sed despertó más acuciante que nunca. La lujuria, como tantas otras veces, tejió una red entre ambos que los conminaba a saciarse el uno del otro.
—No tengo nada que ofrecerte más allá de un polvo ocasional. Mi corazón es incapaz de sentir, lo sabes.
—Siempre tan honesto —dijo y se inclinó para rozarle la piel del cuello con los colmillos.
—Esta será nuestra última noche, luego te marcharás —decretó y hundió los dedos en su cabellera para atraerla hacia sí.
ella se relamió la gota de sangre que había arrastrado con la atrevida caricia. Él maldijo en silencio porque justo en ese instante comprendió que la tentación por ella le había ganado la partida.
TENTACIÓN – Microficción al vuelo – Lehna Valduciel
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Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
Michelle escuchó la discusión y salió al jardín. Corrió con todas sus fuerzas en dirección al intruso que sostenía por la pechera a su padre. Debía detenerlo antes de que bebiese la última gota de sangre. Los ojos se le nublaron llenos de lágrimas; llegó demasiado tarde. El horror se apoderó de ella en el instante que oyó el ruido de huesos al romperse. El vampiro lo soltó de improviso. El cascarón en el que se convirtió su padre chocó contra el suelo rocoso y se volvió añicos. La joven gritó como una fiera herida. El alarido captó la atención del asesino.
—Qué ternura… —dijo antes de llevarse un pañuelo a las comisuras para limpiarse—. ¿El irresponsable de tu progenitor no te advirtió del peligro que implica aparecer donde no te han llamado, niñata estúpida?
—Lo hizo, messie Valentín. —Michelle desenvainó la Angelical y la dirigió hacia el pectoral izquierdo del vampiro—. Pero tengo por costumbre decidir por mí misma.
—Entonces eres más lerda de lo que imaginé, si crees que ese juguete —señaló la espada con el índice— puede servirte de algo.
—No lo creo, messie, estoy segura.
El intruso entornó los párpados. La ira que dominaba a la jovencita se convirtió en un bofetón de energía nada despreciable. ¿Podría haber heredado algo más que los bienes materiales de la familia? No perdería tiempo en averiguarlo. Saltó hacia adelante con los dedos convertidos en garras y los colmillos preparados; le arrancaría el corazón después de destrozarle la garganta.
Michelle giró sobre su eje. La pirueta sorprendió tanto a Valentín que bajó la guardia. Una simple humana no podía moverse con tanta rapidez o, ¿sí? Ella aprovechó el desconcierto para adelantarse lo suficiente y asestar la estocada mortal.
El vampiro cayó de rodillas. La joven aferró la empuñadura y empujó la espada otro poco. Valentín parpadeó con la incredulidad dibujada en el rostro. Michelle extrajo la Angelical y antes de que el intruso abriese la boca se la clavó en el cuello expuesto. Se aseguró de imprimir toda la fuerza en la estocada. La sangre le salpicó el rostro y los brazos.
Valentín luchó hasta la extenuación; a punto estuvo de clavarle las garras. Ella reculó hasta quedar fuera de su alcance. Escuchar los chillidos y el gorgoteo del vampiro le aceleró el pulso. Sin embargo, se mantuvo impasible. «Es una vulnerabilidad imperdonable exponer tus emociones delante de tu adversario, querida. No es honorable». Le había dicho su padre en alguna oportunidad. La enseñanza tras esas palabras se le había grabado a fuego en la memoria.
El vampiro cerró los ojos. Atenta, se le aproximó para retirar la espada. Pensar en la tarea que tendría que acometer le provocó una repulsión insospechada. Liberar la Angelical de la garganta la salpicó de nuevo. Cerró los ojos. Las cálidas gotas que chorreaban por sus mejillas le erizaron la piel. Necesitó varios tajos para separar la cabeza del cuerpo.
Con el primero, el olor cobrizo se intensificó y el estómago se le contrajo. Pese al hormigueo desagradable que le impulsaba la bilis desde el estómago hasta la garganta, no cesó en el empeño. Su padre le había repetido miles de veces lo importante de la tarea: «Si quieres la certeza de que eliminaste a un vampiro de forma definitiva, destrózale el corazón y córtale la cabeza, Michelle». Con el segundo intento, la espada casi se le resbala y tuvo que usar su propio peso para cortar los músculos. Con el tercero, la médula espinal cedió.
Exhaló un hondo suspiro. Después de todo, no sintió el miedo que la había paralizado tantas veces al tratar de visualizar un enfrentamiento con un final parecido; tampoco había en ella tristeza ni compasión. Era como si su corazón se hubiese petrificado y ya no fuese capaz de experimentar ciertas emociones.
De súbito la atmósfera a su alrededor cambió. Delante de sus ojos, los restos se marchitaban a velocidad sorprendente. Era consciente del poder de la Angelical; solo que desconocía que los efectos fuesen tan inmediatos. El descubrimiento le provocó una cascada de inquietudes. ¿Cuánta información le habría ocultado su padre?
El corazón le martilló dentro del pecho a ritmo frenético. La energía que se acumulaba sobre los trozos descarnados se revolvía con inquietud. La respiración se le aceleró; su padre había olvidado informarle algo fundamental: lo que podía ocurrirle a los de su especie al asesinar a un vampiro tan antiguo como Valentín.
Michelle quiso correr; la energía vampírica la envolvió inmovilizándola. ¿qué sería ahora de ella? La inmortalidad se apropió de cada una de sus células. La confusión apagó la rabia que le había servido de acicate. Las diferentes habilidades acumuladas durante siglos se fundieron con su alma. Un dolor insoportable la atravesó de lado a lado. ¿En qué abominación se estaba transformando?
Respirar era una agonía. Pensar requería tanto esfuerzo que se obligó a mantener la mente en blanco. No obstante, imágenes de su vida y de muchísimas otras, destellaron dentro de su cabeza en una secuencia incomprensible. Cayó de rodillas incapaz de sostenerse erguida. El voraz incendio que la recorrió como si fuese un río de lava ardiente, la consumió por dentro y por fuera. Cayó desmadejada, por fin, engullida por la oscuridad.
Este es el resultado de La espada de la venganza después de la edición tras el análisis en directo. No es de los mejores textos que he escrito, a decir verdad. No obstante, lo he publicado porque creo que puede ser útil para aprender, sobre todo para las personas que, como yo, escribir relatos no se les da muy bien.
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Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
Michelle corrió con todas sus fuerzas , espada en mano , en dirección al intruso que sostenía por la pechera a su padre. Debía detenerlo antes de que bebiese la última gota de sangre. El horror se apoderó de ella en el instante que oyó el ruido de huesos al romperse y la llama en las pupilas del hombre más importante de su vida se extinguió. El vampiro lo soltó de improviso. El cascarón que otrora fuera el gallardo cuerpo del empresario más próspero de la ciudad chocó contra el suelo rocoso y se volvió añicos. La joven gritó como una fiera herida. El agudo sonido captó la atención del asesino.
—Esto no es una partida de rol, niñata estúpida —dijo antes de llevarse un pañuelo a las comisuras y limpiarse—. ¿El irresponsable de tu progenitor no te explicó las reglas?
—Lo hizo, messie Valentín. —Michelle apuntó la Angelical hacia el pectoral izquierdo del vampiro.
—Entonces eres más lerda de lo que imaginé, si crees que ese juguete —señaló la espada con el índice— puede servirte de algo.
—No lo creo, messie, estoy segura.
El intruso entornó los párpados. La ira que dominaba a la pequeña heredera del emporio Saint-Germain se convirtió en un bofetón de energía nada despreciable. ¿Podría haber heredado algo más que los bienes materiales de la familia? No perdería tiempo en averiguarlo. Saltó hacia adelante con los dedos convertidos en garras y los colmillos preparados; le arrancaría el corazón después de destrozarle la garganta.
Michelle giró sobre su eje. La pirueta sorprendió tanto a Valentín que bajó la guardia. Una simple humana no podía moverse con tanta rapidez o, ¿sí? Ella aprovechó el desconcierto para adelantarse lo suficiente y asestar la estocada mortal.
El vampiro cayó de rodillas. La joven aferró la empuñadura. Empujó con fuerza y con un quiebre de muñeca a derecha e izquierda deslizó la hoja hasta que la espada dejó de ofrecer la resistencia inicial. Valentín parpadeó con la incredulidad dibujada en el rostro. Michelle extrajo la Angelical y antes de que el intruso abriese la boca, la dirigió al cuello expuesto. Se aseguró de imprimir toda la fuerza en la estocada. La sangre le salpicó el rostro y los brazos. La resistencia era mucho mayor de lo que había imaginado. Aunque su profesor de esgrima se lo hubiese advertido, comprobarlo era una experiencia muy diferente.
Valentín manoteó con insistencia. Ella reculó hasta quedar fuera de su alcance. Escuchar los chillidos y el gorgoteo del vampiro le aceleró el pulso. Sin embargo, se mantuvo impasible tal como le había enseñado su padre. «Es una vulnerabilidad imperdonable exponer tus emociones delante de tu adversario, querida. No es honorable». Le había dicho después de haber perdido un asalto con su primo Pier. La vergüenza en el rostro de su padre se le había grabado a fuego en la memoria. Ese día aprendió a esconderse detrás de una gruesa coraza. La lección había sido dura, pero muy útil.
El vampiro cerró los ojos. Atenta a sus movimientos y gestos se aproximó para retirar la espada. Pensar en la tarea que tendría que acometer le provocó una repulsión insospechada. Después de todo, no sintió el miedo que la había paralizado tantas veces al tratar de visualizar un enfrentamiento con un final parecido; tampoco había en ella tristeza ni compasión. Era como si su corazón se hubiese reprogramado y ya no fuese capaz de experimentar ciertas emociones.
Necesitó varios tajos para separar la cabeza del cuerpo. Pese al hormigueo desagradable que le impulsaba la bilis desde el estómago hasta la garganta, no cesó en el empeño. Su padre le había repetido miles de veces lo importante de la tarea: «Si quieres la certeza de que eliminaste a un vampiro de forma definitiva, destrózale el corazón y córtale la cabeza, Michelle».
Delante de sus ojos, los restos se marchitaban a velocidad sorprendente. Era consciente del poder de la Angelical; solo que desconocía que los efectos fuesen tan inmediatos. El descubrimiento provocó una cascada de inquietudes. ¿Cuánta información le habría ocultado su padre? ¿qué sería ahora de ella? De súbito la atmósfera a su alrededor cambió. El corazón le martilló dentro del pecho a ritmo frenético. La energía que se acumulaba sobre los trozos descarnados se revolvía con inquietud. La respiración se le aceleró; su padre había olvidado informarla de algo fundamental: lo que podía ocurrirle a los de su especie al asesinar a un vampiro tan antiguo como Valentín. Al final tendría que aceptar que el maldito chupasangre llevaba razón al decir que su padre era un irresponsable.
Michelle quiso correr; la energía vampírica la envolvió inmovilizándola. La inmortalidad se apropió de cada una de sus células. Las diferentes habilidades acumuladas durante siglos se fundieron con su alma. Un dolor insoportable la atravesó de lado a lado. Respirar era una agonía. Pensar requería tanto esfuerzo que se obligó a mantener la mente en blanco. No obstante, imágenes de su vida y de muchísimas otras, destellaron dentro de su cabeza en una secuencia incomprensible. Apoyó una de las rodillas; era incapaz de sostenerse erguida. El voraz incendio que la recorrió como si fuese un río de lava ardiente, la consumió por dentro y por fuera. Cayó desmadejada, por fin, engullida por la oscuridad
🗡
Tres días transcurrieron desde la nefasta noche en la que la vida de Michelle cambió. Había permanecido inconsciente ajena a las consecuencias que había ocasionado la desaparición de Valentín en el submundo sobrenatural. Volver a la rutina habitual fue casi tan difícil como brindar una explicación plausible a la inesperada ausencia de su padre. Sólo Gerard conocía parte de la verdad de lo ocurrido. Solo Gerard entendía y apoyaba las decisiones empresariales que Michelle había tomado. Solo un secreto lo separaba de la cruda realidad y así debía seguir siendo, sobre todo si lograba ejecutar sus planes… jamás arrastraría su alma noble al infierno que pretendía desatar.
Gerard entró sin tocar a la puerta. Michelle se acababa de colocar las lentillas que ocultaban el verdadero color de sus iris.
—¿Estás lista? —Ella asintió con la cabeza mientras reforzaba el hechizo que mantenía ocultas sus recién adquiridas alas.
El antiguo asesor de su padre dio un vistazo a la habitación. El destello de la hoja llamó su atención. La Angelical de Michelle descansaba sobre el edredón. El hombre se acercó. Cierta nostalgia le oprimió el corazón al detallar las arqueadas alas de ángel que formaban la cruz desde el extremo de la empuñadura y que se rizaban hacia arriba en dirección a la hoja. La cogió por el puño. El agarre natural gracias a La estructura curva de plata envuelta por el junquillo de cáñamo recubierto en cuero le produjo un cosquilleo desagradable. Se apresuró a envainar la hoja de doble filo. El sonido del metal contra el interior de la funda le puso la piel de gallina. Se la dio a Michelle con rapidez. Él nunca estuvo de acuerdo con darle esa reliquia; era demasiada responsabilidad para una jovencita por mucho que pareciera una espada inofensiva. Pese a sus argumentos, Jean-Claude había impuesto su voluntad a saber bien el porqué. Aunque pensándolo bien, de no ser por la reliquia quien sabe lo que habría hecho ese bastardo con Michelle.
—No le gusta que otros la toquen —dijo en voz baja mientras se ajustaba la correa de la funda cruzada entre los pechos.
—Ni falta hace que me lo aclares —replicó—. Vamos, es mejor que no te retrases. El nuevo conseil es mucho más demandante e implacable ahora que lo encabeza ese advenedizo recién llegado de Eterna.
Michelle siguió a Gerard en silencio. «Veremos cuánto le dura la actitud a ese maldito conseil y sus integrantes. ¿Creen que me intimidarán por convocar un conciliábulo a mis espaldas? No se imaginan lo que les aguarda. Ni por asomo seré tan benevolente como mi padre ni tan confiada como el antiguo regente. No cometeré el mismo error que Valentín», pensó mientras planificaba su meticulosa venganza.
Este relato fue escrito para el taller Escritorzuelos que dicta Daniel Hermosel Murcia, @danielturambar a través de su canal. En esta oportunidad había que seguir una de las veinte tramas narrativas de Ronald Tobías. He escogido la transformación, aunque también puede calzar en la metamorfosis. Tras el análisis en directo en el canal podéis leer el resultado. Lo he publicado aparte y con un título distinto, ya que la edición lo requería, al menos a mi juicio.
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Una tarde, la pequeña bruja jugaba en los alrededores de su cabaña con su nuevo amigo mágico. Su tita Jessica le había advertido que no se adentrara en el bosque ni se alejara demasiado. Sin embargo, atraída por una nube de mariposas se alejó tras ellas. De pronto, se halló perdida. Anocheció sin que se diese cuenta. Un hombre muy alto y con los ojos más raros que Fiona hubiese visto alguna vez, se le acercó muy sonriente. La pequeña bruja ignoró los filosos colmillos que destellaron en la oscuridad.
—¿Estás perdida, pequeña? —Ella asintió con la cabeza—. Si quieres te llevo hasta tu casa, sé orientarme bien por el bosque.
Fiona recordó la segunda advertencia de su tita; esa que le impedía llevar a nadie hasta la cabaña. La niña estaba tan asustada que la ignoró y tendió la manita. El hombre se la cogió. Ella se sorprendió de que la tuviese tan fría. Se sentía igual que jugar con la nieve.
—¿Vives sola? —Fiona negó con la cabeza.
—Vivo con mi tita, Bubu, mi gato y Zazu, nuestro perro.
—¿Y a dónde ibas? Está oscuro para que andes sola en el bosque.
—Sólo paseaba y me distraje con las mariposas. A mi tita no le gusta que ande sola por ahí.
—¿Cómo se llama tu tita? —La pequeña titubeó unos segundos.
—Jessica. Yo me llamo Fiona. —Los ojos del hombre destellaron.
—¿Me invitarías a tu casa, pequeña? —Ella lo meditó; luego cabeceó una vez.
A cierta distancia luces titilantes brillaban en la oscuridad. La pequeña soltó la mano del desconocido y echó a correr, alegre de haber regresado.
—Ahí está nuestra cabaña. —Fiona se volvió, pero el hombre había desaparecido.
***
La pequeña entró en tromba. Bubu salió a su encuentro.
—¿Dónde te habías metido? —Fiona guardó silencio—. No te habrás alejado de aquí, ¿verdad? —La niña acercó el índice y el pulgar sin llegar a tocárselos.
Una voz varonil interrumpió la conversación.
—No la regañes, es apenas una niña.
La mujer empujó a la pequeña a sus espaldas. El vampiro curvó los labios.
—¡Lárgate!
—¿No me invitas a cenar?
La pequeña bruja movió la nariz. La puerta de madera se abrió de golpe. Bubu saltó sobre el vampiro. Una criatura fornida, hecha de troncos, ramas y flores, entró y se abalanzó contra el invitado no deseado. El perro ladró y fue a por su pierna. El hombre gritó. La criatura arbórea le clavó sus ramas una y otra vez, hasta que logró atravesarle el corazón.
Jessica cogió la escoba para deshacerse de las cenizas mientras Fiona devolvía a su amigo Florentín al jardín trasero.
—Recuérdame no volver a prohibirte jugar con la magia, cariño.
Fiona asintió muy sonriente. Con los deditos cruzados en la espalda tomó nota mental de crear más amigos como Florentín, sólo por si acaso. Después de todo, ahora su tita, seguro, la dejaría jugar con su imaginación y la magia sin imponerle castigos. Además, siempre vendría bien tener buenos amigos que ayudaran a limpiar la cabaña.
También puedes disfrutar de la versión en audio ambientada si reproduces la pista que encontrarás más abajo en el reproductor incrustado. Luego, si te apetece, coméntame qué te ha parecido. Estaré encantada de leerte.
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Esta historia fue escrita para el taller «Escritorzuelos» que impartió Daniel Hermosel Murcia, @danielturambar.
Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
fotografía libre de derechos tomada de pixabay.com
“A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo.” Jean de La Fontaine.
Desplegó sus amplias alas el búho, antes de posarse en la rama de aquel vetusto roble y comenzar a emitir su tan singular ulular. Su plomiza compañera giró la cabeza con tal rapidez, que, de no tratarse de un movimiento típico en dichas aves, habría parecido un verdadero desplante. Estirando sus alas al máximo, el búho retaba una y otra vez a su compañera, quien guardaba silencio ante semejante comportamiento. La hembra, impasible, giró de nuevo su cabeza y abrió los ojos. El búho replegó sus alas en un solo movimiento. Su compañera comenzó a ulular siguiendo un ritmo hipnótico mientras le observaba de tal forma, que sus ojos refulgían como dos llamas ardientes esperando devorar todo a su paso.
En lo alto, la luna brillaba acariciando con su luz aquel tétrico paisaje, mientras a lo lejos, el tenue ulular de otros búhos daba paso a un sinfín de sonidos esa noche.
Minutos después, la usual cacofonía se veía interrumpida de improviso, permitiendo que el silencio lo subyugase todo. El búho, presa de la inquietud intentó alzar el vuelo, pero le fue imposible.
Nubes densas y tormentosas se arremolinaban intentando sofocar a la luna, que luchaba por permanecer altiva ante el silencio que, retador se negaba a ceder el espacio ganado.
Aquel singular ulular volvió a escucharse y de súbito una tormenta se desató con tal furia, que hasta los robles más robustos temblaban expectantes.
El cielo estalló tras un relámpago iridiscente, seguido de cerca de un ruido atronador que se perdía en el horizonte, reverberando hasta el fondo del acantilado, confundiéndose con el rugir del mar que también embravecido, chocaba azotando las rocas.
La lluvia, helada y filosa caía sin cesar empapando todo a su paso. Los búhos que minutos antes permanecían a resguardo, alzaron el vuelo en dirección al oscuro castillo que descansaba en lo más alto de la ciénaga.
Las rapaces aves planearon rodeando la torre más alta, hasta que por fin decidieron avanzar. La ventana, abierta de par en par les dio la bienvenida.
Tras otro potente relámpago, el empapado plumaje de aquellas aves fue desvaneciéndose bajo un par de pieles algo cenicientas, al menos bajo la tenue iluminación que mantenía casi en penumbra aquella estancia.
—te he dicho mil veces, que un búho no es la mejor elección, Patrick ¿Por qué siempre te empeñas en desafiarle de esa manera?
Patrick achicó los ojos mientras comenzaba a secarse el grueso y ondulado cabello, frotando con fuerza los mechones que le rozaban los hombros y que, a su vez, enmarcaban su rostro aguileño de facciones poco agraciadas que le otorgaban un aspecto de hombre frío e implacable.
—Te crees una sabelotodo, ¿no? —Sorcha frunció el cejo, arrugando de paso la nariz, al escuchar aquella voz tan poco melodiosa, mientras hacía lo propio secándose y procurando avivar el fuego que se negaba a extinguirse en la chimenea.
—No se trata de ser más lista; solo es cuestión de sentido común. —Patrick apretó los dientes con fuerza mientras se vestía con las prendas que había dejado sobre el brazo del sofá.
—¿Y si es cuestión de sentido común, para qué te aventuraste conmigo? —Sorcha cerró los ojos un instante, mientras elevaba una plegaria que le ayudase a expandir su paciencia una vez más y se colocaba su atuendo habitual.
—¿Será porque la señora me asignó como tu guardiana e instructora?
—No necesito tal cosa.
—Pues no me lo digas a mí, que no he pedido yo el cargo.
—No veo que te desagrade demasiado ser testigo de mis fracasos —Sorcha se abalanzó en segundos sobre el joven, gruñendo de forma visceral mientras le cogía del cuello, mostrándole aquel par de filosos colmillos.
—comienzas a agotar mi paciencia, hechicero —Patrick permaneció inmóvil, sin perder de vista aquellos colmillos.
En menos de lo que dura una inspiración profunda, la habitación se oscureció por completo adoptando una temperatura casi glacial.
Sorcha soltó a Patrick, empujándole contra el sofá, mientras se hacía a un lado, esforzándose por recobrar la compostura.
—Lo siento, mi señora —Lilith hizo un gesto con la mano, restando importancia al incidente.
—Déjanos a solas, hija mía —Sorcha intentó contradecir la petición, pero no lo pensó dos veces, hizo una ligera reverencia y se desvaneció.
Patric observaba con evidente repulsión a su carcelera.
—Parece que no te encuentras a gusto, querido. ¿No te ha parecido encantadora la tormenta? —Patrick luchaba por ponerse en pie, pero una fuerza sobrenatural le mantenía hundido en el sofá.
—Quiero salir de este encierro y volver. No puedes retenerme aquí.
Lilith sonrió, benevolente.
—Puedo, de hecho, es lo que haré y sería mejor que lo asumas; Sorcha no suele tener demasiada paciencia con los hombres rebeldes y tengo muchos planes para ti que no quiero retrasar —Patrick se esforzaba cada vez más para combatir a lo que sea que lo tuviese retenido de aquella manera.
Lilith se acercó, despacio. Disfrutaba del espectáculo que le proporcionaba la reticencia del hechicero. Cuando estuvo apenas a centímetros de distancia, se inclinó un poco para rozarle el rostro con la yema de los dedos.
—Es la hora, hechicero. Tu destino está por comenzar.
Patrick intentó alejarse de aquella caricia y aquel rostro que un día le había subyugado al punto de hacerle perder la voluntad; con todas sus fuerzas quiso gritarle; quería arrojar todo su poder contra esa criatura, pero fue incapaz de abrir la boca o moverse.
—Disfrutaré mucho tu conversión. Tenerte entre mis filas es la mejor decisión que he podido tomar en siglos, Patrick.
—sueña con eso, pero no lo des por hecho, maldita bruja —Lilith rio complacida escuchando los pensamientos de Patric, mientras acariciaba aquella tentadora yugular de arriba abajo, en una caricia tan erótica que ni el poder del hechicero pudo soslayarla.
—No luches, mi fiel guerrero. Entrégate al placer y a mi voluntad.
—No quiero convertirme en un maldito chupasangre; no quiero servir a tu oscuridad, ni ser uno más de tus esclavos —los pensamientos de Patrick fluían desordenados, víctimas del poder de Lilith que se acercaba con sutileza al cuello del hechicero, rozando sus labios sobre aquel punto palpitante, erotizándolo, seduciéndolo, a pesar de los intentos del hombre por no sucumbir al deseo.
—Siempre has servido a mi oscuridad, Patrick, aún sin saberlo. Aún cuando creíste que servías al señor de las tinieblas; lo cierto es que siempre me has servido a mí. —Patrick cerró los ojos al sentir el poder de la oscuridad abriéndose paso por cada centímetro de su cuerpo, mientras Lilith hundía sus filosos colmillos y comenzaba a vaciar su vitalidad.
—No puedes tenerme —musitó el hechicero, mientras se sentía arder en las llamas del infierno.
Lilith succionó por última vez y lamió ambos orificios con delicadeza. Satisfecha por sentir el poder de ambos vibrando y dando paso a una nueva existencia, se apartó despacio admirando su obra.
—Puedo y te tendré. Serás el comandante de mis ejércitos —Patrick reprimió un gemido al sentir como se corría en un potente orgasmo y su cuerpo se transformaba con brutal avidez, gracias al poder de la señora de la luna oscura.
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