
Extendió las manos con las palmas en dirección a la chimenea. En segundos, un fuego crepitaba, vigoroso. Posó sus singulares ojos color amatista sobre las llamas que danzaban ajenas al torbellino que se formaba en su interior. Un trueno retumbó rompiendo el silencio; desvió su mirada hacia el amplio ventanal desde donde podía vislumbrar las olas elevarse con fiereza para luego chocar contra la barrera invisible que mantenía su hogar a salvo de la inclemencia del clima y las miradas indiscretas de navegantes atrevidos que se lanzaban a la aventura de conquistar el mar de Oighearshruth.
Inspiró muy hondo mientras las nubes se apoderaban del platinado fulgor de la luna. Se volvió en cuanto escuchó los pasos y sintió su presencia.
—¿Seguro no quieres venir? Marcus y Bradach vendrán conmigo. —Negó con la cabeza mientras lo veía fruncir el ceño.
—Sabes que prefiero permanecer a buen resguardo. Id vosotros y divertíos. —Su primo suspiró hondo.
—Como quieras, cariño. En todo caso, por si volvemos y ya te has metido en tu guarida, feliz cumpleaños.
Esbozó una sonrisa y sus ojos brillaron apenas un instante.
—Gracias, Giralt.
Advirtió la duda en los ojos de su primo. Le habría gustado aproximarse y dar rienda suelta a sus afectos; volver a sentir el abrazo cálido de un ser querido. No pudo y agradecía a todos los dioses la infinita comprensión que Giralt le obsequiaba a pesar de sí mismo. Lo vio marcharse y dejó vagar sus ojos en aquella estancia iluminada solo por el fuego que había encendido. Se acercó al ventanal y apartó el cortinaje. La lluvia comenzó a caer con fuerza. las gotas chocaban contra el cristal repiqueteando en una sinfonía melancólica. Se distrajo un instante hasta que el eco de su voz le robó el aliento, como le ocurría cada aniversario.
Se volvió con lentitud. Estaba allí en medio del salón parada frente al fuego. Su larga y dorada melena refulgía robándole protagonismo al fuego. Las hebras de oro estaban trenzadas como de costumbre, en un intrincado recogido que las retorcía con minuciosa delicadeza. Sus ojos verdes lo contemplaban con adoración; sin embargo, solo se aproximó en cuanto hubo extendido sus brazos hacia él.
—Lo siento, lo siento tanto —dijo con voz queda mientras se estrechaban en un abrazo lleno de añoranza y afecto.
Ella reculó un paso y acunó su rostro con ambas manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas que dejó correr en libertad, apenas se vio reflejado en su mirada maternal, esa que lo ha acompañado año tras año junto a cada latir de su corazón.
—Mi pequeño que ya no es tan pequeño —le dijo recogiendo sus lágrimas con dulzura—. Te culpas cuando no debes hacerlo y mi corazón sufre por no saber cómo brindarte el sosiego que tu espíritu necesita.
Apoyó sus ásperas palmas en esas manos que lo acogían con tanto amor.
—Si no fuese por mí y lo que soy, estarías todavía conmigo, madre. ¿cómo quieres que sea feliz si por conservar mi inútil existencia te perdí?
—No debes hablar así, Nicholas —le reprochó fijando sus ojos en él—. di mi vida por ti, porque, aunque no eres de mi sangre, eres el hijo de mi corazón.
»Si hubieses muerto aquella noche, yo habría muerto contigo. Puedo no estar en cuerpo, cariño mío, aun así, mi alma, mi espíritu está aquí y siempre estará aquí, cuidando de ti.
» Uaigneac es mi legado para ti. Ella soy yo; ambas somos tu hogar; tu protección; tu refugio.
—Lo sé, mamá —dijo con un hilo de voz tras apoyar su frente en la de ella—. Solo es que te echo demasiado de menos y, aunque sienta tu fuerza vital y tu espíritu en cada pared de esta mansión, nada se compara a tenerte junto a mí.
Ella le dio un beso en cada mejilla.
—Es hora de que vuelvas a vivir, cariño mío. —Se tensó ante aquella petición—. Te has erradicado del mundo; te has alejado de todo y de todos de forma absoluta y eso no es bueno para ningún espíritu.
—No puedo, madre —dijo y la sujetó por las muñecas—. No me pidas que exponga a nadie más.
Caomhnóir lo miró con tristeza.
—No tiene por qué ser así. Uaigneac se moviliza por una razón: que no pierdas el contacto; gracias a eso tienes a Giralt; podrías encontrar el amor igual que él lo hizo.
Le dio la espalda, molesto.
—No insistas, por favor.
Otro trueno retumbó en lo alto como reflejo de las emociones que se movían inquietas en su corazón. El miedo se retorcía arañando cada rincón de su mente. Era un habitante del que no había podido librarse desde que cumplió veintiún años.
No pudo evitar trasladarse a través de sus recuerdos. Un siglo había transcurrido y para él seguía siendo como si fuese el día anterior.
Estaba rebosante de alegría; por fin Ilandria había aceptado salir con él. sobre sus labios; en su lengua; su memoria guardaba con fidelidad el sabor de sus besos, la suavidad de sus labios y mucho más profundo, la traición de aquel abrazo que lo había marcado para siempre.
No lo vio venir; sin embargo, su madre había estado atenta. Se atravesó en el momento preciso en el que aquel hechizo fulminante viajaba en dirección a su pecho. Nada lo había preparado para resistir el dolor de perder a la única persona que lo había amado y protegido con su propia vida.
Se arrepentía en parte; presa del dolor dejó que este tomara el control y arrasó con aquella bruja maldita; también con un tercio de los habitantes de Rondearmad.
Todavía podía saborear lo amargo de sus lágrimas al descubrir su verdadera naturaleza; la sal que llevaba consigo la brisa de la bahía. Con su madre en brazos se adentró en el mar y siguiendo sus instrucciones dio vida a aquella isla rocosa donde descansaría su nuevo hogar. Porque sí, ella tenía razón, aunque muchos creyeran que Uaigneac era una mansión sostenida bajo el influjo de una maldición, lo cierto es que era su hogar; el único lugar del mundo donde podía permanecer a salvo de quienes lo querían muerto y donde podía refugiarse de sí mismo para no tomar ninguna otra vida bajo el deseo de la venganza o la falsa ilusión que proveía el autoengaño en la obtención de justicia.
La tierna caricia en su espalda lo trajo de vuelta al presente. Se volvió para verla; ella sostenía un talismán; lo reconoció al instante. Creyó haberlo perdido aquel aciago día.
Caomhnóir se aproximó y se lo pasó por la cabeza. La joya que pendía del pentágono de oro refulgía palpitante. La observó y apretó su puño alrededor. El calor que emitía la gema sosegó su corazón.
—Legado de tu estirpe; tu sangre y la de los tuyos encierra un enorme poder —dijo y le acarició el rostro—. Ha llegado el tiempo de que vuelva a ti y lo que ha permanecido dormido, despierte.
»Vienen tiempos difíciles, cariño mío y has de estar preparado. El diamante de sangre te protegerá aún si yo desaparezco de este plano de forma definitiva.
—Madre, por favor. —Ella negó con la cabeza y lo hizo callar posando un dedo en sus labios.
—Escucha lo que he venido a decirte. Luego has de decidir —lo tomó de la mano y se acercaron al fuego—; eso sí, no olvides, no siempre podemos dejar en manos de la razón lo que ha de decidir el corazón.
Se dejaron caer sobre la mullida alfombra. Con los dedos entrelazados y las piernas cruzadas unieron sus espíritus. Vio parte del pasado, del presente y del futuro próximo. Sus oídos fueron testigos de lo vaticinado por el oráculo de Glare y no pudo evitar que un escalofrío le recorriese la columna vertebral.
«Cuando la tormenta se alce y el mar ruja imponente,
el poder oculto se hará evidente.
Misterio y oscuridad, sangre y muerte volverán, si la elegida no pone a su vida final.
La magia se unirá si en la trama del destino cae; un oculto secreto guarda la clave.
Nada volverá a ser igual si el legado cambia amor por lealtad;
recordad hijos de Glare: vuestra sangre será derramada sin sentido,
si la ofensa de los Rúndiamhaires dejáis en el olvido».
Permaneció sumido en aquella visión hasta que se topó con esos ojos; verdes, profundos, cargados de secretos. Sintió las voces de su estirpe clamando justicia; vio las mismas muertes que aquellos ojos tuvieron que ver cuando la inocencia todavía poseía buena parte de su alma. Sintió su tristeza y su dolor; la amargura y la huella del odio tatuado a la fuerza en un noble corazón.
La visión llegó a su fin. Abrió los ojos y supo, sin duda, que su corazón ya había decidido.
Este relato ha sido escrito para participar en el desafío Imagena, propuesto por Jessica Galera Andreu. Decir que es muy probable que este fragmento se convierta en parte de una novela. Seguiremos informando. si os ha gustado, podeis leer la sinopsis tentativa de esta historia y contarme qué os parece.
Elementos a utilizar en el desafío:
- La fotografía que aparece en el reto Sin-Opsis
- La imagen de seis personajes que pueden formar parte de la historia
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