
Apretó los dientes con fuerza. El sudor le empapaba la frente, el pecho y la espalda. Gotas de sudor corrían salpicando el suelo. Parpadeó para evitar que le atacase aquel ardor furibundo cada vez que una gota de sudor le entraba en los ojos.
Ladeó la cabeza al percatarse de aquellos zapatos que se habían detenido tan cerca de su cara. Le parecía haberlos visto en algún otro lado, pero no podía recordar dónde. Bajó en una última flexión cuando se quedó a oscuras. El golpe seco de una puerta al cerrarse con estrépito se escuchó reverberar en la sala de pesas. Intentó levantar la cabeza cuando sintió un dolor recorriéndole desde los dedos hasta el centro de la espalda. Se dejó caer boca abajo contra el suelo gritando de agonía. El crujido de huesos rompiéndose tras el eco de aquellas mancuernas al rebotar contra el suelo se mezclaba con unos chillidos aterradores que provenían de lo más profundo de su garganta.
Una risita malévola empezó a escucharse cada vez con más fuerza. Por la acústica de aquel gimnasio parecía provenir de todos lados. Se giró tan rápido como el dolor le permitió moverse, al sentir varios discos de 20 kilos caer demasiado cerca de su cabeza.
El leve haz de la luz de una pantalla móvil le hizo apartar la mirada un instante. Esforzándose para adaptar sus ojos a la penumbra, parpadeó de nuevo varias veces. El dolor en ambas manos le resultaba insoportable. El aroma de su propia sangre le revolvía el estómago. Respirando profundo para controlar las arcadas, se fijó en aquel tufillo tan característico.
—¿tú? —Un par de ojillos diminutos se fijaban en su rostro, mostrando un brillo malicioso que jamás había percibido en ellos antes. Las gruesas gafas de pasta se deslizaron por aquella protuberante nariz.
—¿Qué, te sorprende que el empollón al que todos acosáis y despreciáis, al final tenga agallas? —el tono desapasionado de su perseguidor le erizó los pelos de la nuca.
—Venga, tío. No es para tanto —el dolor hacía que su voz se escuchase quebrada y suplicante—. Solo era una broma, ya sabes. El típico cachondeo.
Aquellos ojos diminutos no dejaban de observarle. Supo que estaba en problemas cuando le vio sonreír de esa forma tan macabra. Se levantó a trompicones como pudo y echó a correr. Tropezaba con bancos, máquinas y colchonetas cada vez que le sentía acercarse. Una estela sanguinolenta iba marcándole el camino a su perseguidor que, mancuerna en mano disfrutaba de la caza.
Se encontró atapado en el vestuario y se echó a llorar.
—No quieres hacerte esto, macho —su perseguidor ladeó la cabeza, observándolo con atención—. No eres un asesino.
—¿Por qué no? Porque soy un empollón, desgarbado, ¿un fracasado en la vida, un esperpento repulsivo que solo sirve para respirar y tragar la mierda de los retretes que os gusta utilizar? —A cada paso que su perseguidor daba empuñando la mancuerna, él retrocedía. Trastabilló dando varios pasos hacia atrás intentando evitar que le desfigurase el rostro con ella. Un dolor intenso y el ruido de más huesos quebrándose, le aturdió durante unos segundos. La sangre comenzó a brotar con fluidez desde su pómulo izquierdo, empapándole el cuello y revistiendo de más rojo aquella camiseta ajustada que le encantaba lucir.
Sintió la pared y se dejó caer de culo en el suelo. El choque y el rebote le hizo soltar otro alarido por el intenso dolor que comenzaba a nublarle el pensamiento.
—dime qué quieres y te juro por lo más sagrado que te lo doy —Aquellos ojos lo miraban con renovado interés.
—quiero el libro que me robasteis.
—Está ahí dentro —Hizo un leve movimiento de cabeza señalando el casillero que tenían un par de metros más atrás—, busca en la mochila; tengo la llave aquí en el colgante de cuero.
Se quedó muy quieto cuando aquellos ojos se le acercaron a tan pocos centímetros. Se encontraba tan cerca, que pudo percibir como ese aliento agrio del que tanto se habían burlado le invadía las fosas nasales. El fuerte tirón que sintió en el cuello le dejó un instante sin respiración. Jadeó ahogando un grito al escuchar aquellos pasos alejarse y detenerse.
Contuvo la respiración hasta que escuchó el sonido de la puerta del casillero al abrir y cerrarse.
Su perseguidor tomó el libro entre sus manos y lo observaba con adoración en medio de la penumbra. Acarició la tapa con la yema de los dedos; abrió el libro y aspiró con fuerza. Mientras sus dedos rozaban las hojas, iba gesticulando como si estuviese recitando de memoria cada frase. Lo cerró con sumo cuidado y lo guardó entre su camiseta y la sudadera negra que llevaba esa noche.
Se encogió intentando hacerse un ovillo. Aterrorizado, recordó cada instante de burlas y abusos, de risas y golpes, todo por quitarle aquel puto libro. Tragó grueso esperando que su perseguidor recogiese la mancuerna y terminase lo que había empezado.
—No tengo intención de acabar contigo… todavía —suspiró profundo guardando silencio—. quiero que le lleves un mensaje a tus colegas —Asintió con la cabeza.
—Lo que digas.
—dile a tus amigotes que esta historia apenas comienza.
Las luces se encendieron y el brillo le cegó varios minutos. Comenzó a temblar y llorar descontrolado, cuando vio aquella sudadera alejarse y salir por la puerta del vestuario.
El sonido de la alarma le sobresaltó haciendo que el libro que descansaba sobre su pecho cayera al suelo. Se estiró has que pudo cogerlo. Lo dejó sobre la mesita de luz y mirando la portada, suspiró. La estampa del protagonista con sus gafas de pasta, la sudadera negra con capucha y aquella mirada siniestra le había atrapado desde que había visto el libro en la estantería.
—Puta pesadilla —pensó, dirigiéndose al baño—. No leo más esa mierda terrorífica antes de dormir.
fuera, al cruzar la calle, un joven con sudadera negra y gruesas gafas de pasta miraba expectante hacia la ventana de aquella habitación.
Historia creada para el Va de Reto de noviembre propuesto por @JascNet
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