Brianna: princesa de Enalterra

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Una mujer pelirroja de largos cabellos y orejas picudas que viste de verde y apunta al suelo con un arco. a sus pies un león permanece atento a ella. Están en una pradera de pasto seco, amarillento. Al fondo en el cielo se ve caer el atardecer.
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Brianna estaciona el coche a dos cuadras del Mount Temple, el instituto al que asisten sus hijos desde que se mudaron a Dublín. El par de adolescentes apenas si le hablan desde la discusión que tuvieron durante la cena. La misma que concluyó con el subsecuente castigo. Los chavales se bajan a toda prisa y dan sendos portazos. Ella inspira muy hondo y cuenta hasta diez. La técnica no le funciona y golpea el volante con todas sus fuerzas. La frustración es tanta que suelta un par de grititos; adoptar y criar a dos hijos de trece años sola con casi cincuenta tiene sus altibajos. Evita reprocharse la locura de convertirse en madre cuando ya casi debería ser abuela. Es una mujer moderna, no en vano se adapta a las exigencias de vivir en la ciudad en pleno 2030. Enciende el coche y mira el reloj. Todavía tiene que pedir cita con su terapeuta, ir al supermercado, la tintorería y el banco. Y pensar que había solicitado sus vacaciones para descansar. Qué ilusa. De seguir así quién sabe con qué otra extravagancia alucinará; recordar la última ida de pinza le provoca escalofríos. Menos mal que el entrenador de baloncesto de sus chicos no se ofendió porque lo confundiera con un ogro de piel púrpura.

Un trueno retumba, atronador. El cielo se oscurece en apenas segundos. Brianna frena en el semáforo. Por el rabillo del ojo percibe un fogonazo en la esquina. La curiosidad vence su sentido común y voltea. Hacia ella camina un tipo enorme, con gafas de pasta, túnica estampada con lunas, rayos y estrellas, y un sombrero de forma indefinida que semeja una pamela mordisqueada por alguna criatura. Sin mediar palabra el hombre abre la portezuela del copiloto y sube al coche.

—Venga, mujer, arranca que el cacharro luminoso ya cambió.

El coro de bocinas la impulsa a pisar el acelerador.

—¿Quién diablos es usted?

—Puedes tutearme, Brianna, a fin de cuentas, soy tu consejero real y es mejor entrar en confianza cuanto antes para que recuerdes. —Brianna gira en una esquina y orilla el coche.

—¿Consejero real? ¿Está usted loco? No sé de qué lugar se ha escapado ni quién es, pero haga el favor de bajarse de mi coche ahora mismo.

—Soy Calixto, Brianna, por el amor a la diosa. Haz el favor de no ponerte difícil.

—¡Bájese!

El hombre resopla y mira las llaves del vehículo. Brianna las coge y se cruza de brazos. El tipo acerca el índice al volante. Una chispa brota y el motor corcovea hasta que se enciende. Brianna ahoga un grito mientras que el coche arranca sin que ninguno de los dos lo toque.

—¿Qué clase de truco es este? —Ella intenta coger el volante y algo invisible la repele.

—Explicártelo ahora mismo nos tomaría demasiado tiempo. —Calixto se ajusta las gafas sobre la nariz—. Lo que tienes que saber es que he venido a por ti porque en Enalterra te necesitamos. Este experimento tuyo en el mundo mortal nos está sacando canas violetas. Es hora de que regreses y pongas orden.

—Brianna, estás alucinando de nuevo … —dice para sí misma—. Despierta de una vez y recuerda adelantar la cita con tu terapeuta.

—No seas ridícula, Brianna. Presta atención porque esto no es un juego. Tienes que regresar. —El hombre la coge por los brazos y la sacude—. El rey de los tanarianos sabe que estás aquí y si no regresas, la tomará con lo que más quieres. Él no va a esperar a que te canses de jugar a ser humana, ¿lo entiendes?

—¡Lo único que entiendo es que usted es un chalado! ¡Haga el favor de soltarme!

El hombre se esfuma en medio de una nubecilla violeta. Un par de toques en el cristal de la portezuela del conductor provocan que Brianna bote en el asiento. Con los nervios a flor de piel baja la ventanilla y respira muy hondo.

—¿Está usted bien, señora?

—Sí, oficial —miente sin miramientos—. Mi coche parece que presenta una falla.

El oficial cabecea.

—Circule, por favor. —Ella asiente en silencio.

Brianna introduce la llave en el contacto con premura. De pronto cae en cuenta de que sigue en el mismo semáforo donde ese chalado la abordó. El corazón le da un vuelco y el pulso se le dispara. La idea de que está enloqueciendo la tortura. Arranca el coche con ambas manos aferradas con fuerza al volante. Se dirige a su casa. Todo lo pendiente puede esperar. Ahora necesita relajarse y hablar con su terapeuta. Quizá todo es producto del estrés. Detesta discutir con los chicos y castigarlos, mucho más. La peor parte es que ellos son conscientes del poder que ejercen sobre ella y por eso la situación en casa ha ido a peor. Que sean adoptados no debería influir; aun así, lo hace. Todavía recuerda el día que los encontró perdidos en el parque.

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Brianna entra en la casa casi a la carrera. El teléfono suena con insistencia. En su mente no dejan de repetirse los sucesos que acaba de vivir.

—¿Diga?

—¿Señora O’Neill?

—Sí, ¿quién habla?

—La estamos llamando del Mount Temple —la voz del otro lado titubea—. Liam y Connor no se presentaron hoy a clase.

Brianna palidece.

—No es posible, yo los dejé cerca del instituto hace —mira el reloj en la pared— poco más de una hora. ¿Habéis hablado con sus profesores? ¿Le preguntasteis a sus compañeros de clase? ¿Al vigilante?

—Fue el mismo señor McDowell quien informó de su ausencia, señora.

A Brianna le tiemblan las piernas. Un ruido a sus espaldas la sobresalta y se le cae el auricular del teléfono. Da un vistazo alrededor mientras valora qué objeto puede servirle como arma arrojadiza. Con rapidez se abalanza sobre la pequeña escultura de bronce que descansa sobre la mesa del pasillo. Gira sobre sus talones y la arroja.

La figura se mueve con rapidez. La escultura pasa por encima de su cabeza y le tumba el sombrero. Brianna se lanza como una fiera. El miedo por sus hijos la ciega y un matiz rojizo la envuelve en una nube iracunda. Calixto la sujeta por las muñecas antes de que ella le arranque las gafas.

—¡Maldito loco! ¿Dónde están mis hijos? ¿Qué hiciste con ellos?

—Te lo advertí, Brianna —responde él sin soltarla—. No sé dónde están… imagino que en Enalterra, en el bosque de los espíritus; en poder de Minok.

Ella lo patea. El hombre grita y afloja el agarre. Brianna recula y se zafa. Corre hacia la cocina para buscar un cuchillo. Apenas entra se encuentra a Calixto con los brazos en jarra y el rostro sombrío.

—¿Tienes intención de serenarte? ¿O vamos a seguir así mucho rato más? —El hombre se ajusta las gafas—. Por si no has caído en cuenta, mientras más tiempo tardemos en volver, más peligro corren los chicos.

Brianna se deja caer en un taburete. Hunde el rostro entre sus manos y llora con tanto desconsuelo que Calixto se le acerca y le acaricia el pelo.

—He perdido la cabeza y también perderé a mis hijos. —El hombre se acuclilla y le retira las manos.

—No estás loca, Brianna —asegura—. Eres heredera al trono de Enalterra. Ven conmigo y te demostraré que digo la verdad.

Ella lo observa sin parpadear.

—¿Cómo voy a ser una heredera? Yo sólo soy una mujer a punto de cumplir cincuenta años, secretaria de un bufete de abogados. Ni siquiera reconozco ese sitio que mencionas.

—Lo recordarás todo si vienes conmigo —dice y se yergue—. Solo estás bajo el conjuro que transmuta tu esencia feérica para permitirte habitar el mundo mortal como una simple humana.

—¿En serio esperas que te crea?

—Ven conmigo. Poco tienes que perder y mucho tienes que ganar. Por ti, por tus sobrinos y por toda Enalterra.

Brianna se levanta como un resorte. Frente a ella el aire se estremece. Poco a poco se abre una ventana que permite visualizar un extenso campo de flores, hierba verdeazulada y un cielo veteado con los colores del ocaso. El hombre le tiende una mano. Ella duda. La sensación de pertenencia que de súbito le arropa el corazón al observar el paisaje, la desconcierta. «Escucha tu corazón que nunca se equivoca». La voz que le habla le acelera el pulso. Un recuerdo fugaz ocupa su mente. La imagen de una mujer muy parecida a ella le sonríe con los brazos abiertos. Un nombre surge de pronto… Adara. Brianna toma una bocanada, aferra la mano del hombre, cierra los ojos y se deja arrastrar hacia el otro lado.

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La sensación de vértigo que Brianna experimenta le revuelve el estómago. Dentro de su cabeza las peores imágenes se suceden una tras otra. Aguarda el golpe que va a llevarse en cuanto choque con alguna superficie sólida. Se aferra con más fuerza a la mano que la sujeta. De pronto, la sensación se detiene. Ella abre los ojos al percibir suelo firme bajo sus pies. El paisaje le da la bienvenida por muy poco tiempo. A un chasquido de dedos todo desaparece. El vértigo regresa con más intensidad y la obliga a apretar los ojos. Segundos después percibe cómo los pies se le hunden en una superficie mullida y se anima a abrir los ojos de nuevo.

Un destello capta su atención. Gira el rostro y los ojos casi se le desorbitan. El reflejo que la recibe la deja boquiabierta. Su cabello sigue rojo como un rubí, pero mucho más largo y rizado. Un par de orejas picudas destacan entre sus rizos. Sus ojos lucen como dos zafiros en lugar del habitual marrón oscuro. Sus facciones son más perfiladas y angulosas, menos humanas ,y su cuerpo ya no muestra los habituales michelines que tanto la acomplejaban.

Un estruendo sacude los objetos de la habitación en la que se encuentra. El consejero le hace señas para que guarde silencio. Pasos, gritos, órdenes se escuchan fuera. Calixto bloquea la puerta con un hechizo y corre a desplazar un largo estandarte que cuelga del techo. Brianna mira el agujero que se abre detrás y palidece. El consejero real la empuja y salta tras ella en el instante en que una explosión derriba la puerta.

El agua helada del foso que rodea el castillo los recibe. Incapaz de nadar, Brianna está a punto de sumergirse. Calixto la rodea por la cintura. Algunas voces se escuchan a lo lejos. El miedo mantiene a Brianna paralizada. ¿A dónde diablos fue a parar? Como si pudiera leerle el pensamiento, el consejero real le susurra en la oreja:

—Tu partida puso todo de cabeza, pero no te preocupes, te ayudaremos a disolver el caos.

El hombre alcanza la orilla. Un par de brazos fornidos levantan a Brianna. Ella se resiste producto de la ansiedad que le provoca encontrarse en manos de un desconocido.

—No habéis cambiado nada, princesa —afirma una voz demasiado gruesa para ser humana.

Brianna reprime el impulso de voltearse. Necesita serenarse antes de enfrentar lo que sea que permanece a sus espaldas sujetándola como si fuese un fardo.

—Será mejor que la dejes en el suelo, Yiron —sugiere Calixto—. Todavía sufre los efectos del cambio. —La criatura la deja apoyar los pies en la orilla.

Brianna pierde el equilibrio y resbala. Algo peludo y bastante grande evita que caiga de culo. La princesa se da vuelta. Los ojos casi se le desorbitan. Delante de ella, con una actitud por demás doméstica para semejante bestia, un león permanece sentado sobre sus patas traseras. Brianna traga saliva. Calixto se aproxima y acaricia la melena del animal. El felino emite un ruido que suena a un ronroneo antes de abrir las fauces:

—Bienvenida, alteza. —La voz grave y cadenciosa del inmenso animal la deja con la boca abierta.

—Será mejor que le demos un instante —propone Calixto—. No es conveniente que colapse justo en este momento.

Una luz blanquecina ilumina sus rostros. La princesa da un vistazo. La brisa gélida que sacude los arbustos cercanos le cala hasta los huesos. Los dientes le castañetean y se abraza con fuerza. Lo menos que quiere es que crean que está muerta de miedo. Ahora que puede ver mejor, Brianna detalla a la criatura que la sacó del agua. Luce como un árbol gigante. Tiene el pelo alborotado y frondoso, igual que las hojas de los arbustos. La piel muestra vetas como la corteza de un gran árbol y es tan ancho que sería casi imposible abrazarlo.

—Es mejor que os cambiéis de ropa, princesa. Ese atuendo humano os convierte en un blanco fácil para vuestros enemigos.

Brianna contempla la pila de prendas que le acerca el gigante herbáceo. Sin perder tiempo se cambia. Exhala un suspiro. Las prendas calientan su piel y le transmiten una sensación de confort que la sorprende.

—Pongámonos en marcha. En breve la medianoche nos envolverá y será mucho más factible pasar desapercibidos. —Calixto le cuelga un medallón a Brianna. La joya brilla enseguida y se apaga.

—¿Qué es esto? —La princesa sostiene la joya en la mano.

—El corion, ahí está parte de tu esencia y tus recuerdos. También tu don más preciado. —Ella lo mira con los ojos entornados.

—Sé que todavía no me crees, pero lo harás.

Yiron le extiende un carcaj lleno de flechas y un arco.

Brianna los coge. La expresión de su rostro es un poema que contagia de preocupación al gigante herbáceo.

—¿Qué voy a hacer con esto? —pregunta la princesa.

—Por el momento, llevarlos. Cuando el corion libere tus recuerdos, sabrás lo que debes hacer.

Yiron se echa al hombro su petate. Avanza delante con el candil en la mano. Detrás camina Brianna junto a Calixto y el león.

—¿Cómo se llama? —Brianna señala al felino.

—Gult —responde el consejero—. Puedes confiar en él. Irá contigo donde vayas.

—Puedo responder por mí mismo —refunfuña y gruñe.

La princesa cabecea una vez sin quitarle los ojos de encima al león. Pese a lo surrealista de toda la situación, hay algo; una voz interior que le susurra que ese hombre dice la verdad. Aparta las dudas y ciñe la correa de su habitual desconfianza. No es momento para rumiar tonterías. Liam y Connor la necesitan.

—¿Dónde están mis chicos?

—Lo más probable es que Minok los mantenga en su fortaleza.

—Mencionaste un bosque de los espíritus. —Gult gruñe de nuevo—. ¿Cómo llegamos allí?

El gigante herbáceo se detiene. Brianna observa con aprensión la cortina de gruesas lianas que cuelgan entre dos troncos enormes.

—Para llegar al bosque hay que cruzar el lago humeante y enfrentar a los ignius en el bosque de los sacrificios, princesa —responde Yiron.

—Los tres viajaremos contigo, no te preocupes, Brianna.

«Como si eso borrase de un plumazo el pánico que me retuerce las tripas», piensa, aunque guarda silencio. La esperanza que atisba en el rostro de sus dos acompañantes le impide expresar la inseguridad que la corroe. Es demasiado peso para sus hombros; aun así, hurga en las profundidades de su corazón. El amor por sus chicos es lo único que le insufla fuerza… por ellos enfrentará lo que sea.

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Brianna despierta con la sensación de ser dos personas distintas en un mismo cuerpo. Recuperar parte de su memoria le deja un regusto amargo en la garganta que no esperaba. Siente las miradas sobre ella y la incomodidad se apodera de la poca calma que le queda. No quiere ser injusta, faltaría más. Sin embargo, eso no resta que convertirse en el centro de atención le guste muy poco.

—Esperadme aquí —propone Yiron—. Será mejor que yo me ocupe de conseguir la barcaza.

Brianna lo observa alejarse.

—¿Qué no me habéis dicho todavía?

Calixto inspira hondo antes de hablar.

—Tu partida no fue bien recibida por algunos enalterrenses. Las hadas de plata… no están nada contentas.

—¿Tienen ellas que ver con lo ocurrido cuando regresamos? —Él asiente sin perder de vista a Yiron.

—Ten en cuenta que Minok es muy hábil para sembrar cizaña.

—Y que yo no fui nada inteligente al dejarle el camino libre.

—No dije eso.

—No, pero lo piensas.

El consejero real guarda silencio. Yiron regresa. Su rostro es el vivo reflejo de la satisfacción.

—Podemos partir cuando queráis, princesa.

—No perdamos más tiempo —dice Brianna y se adelanta seguida por Gult.

Consciente de que su regreso la expone al desprecio de algunos coterráneos, la princesa se sube la capucha y evita entablar contacto visual con los pobladores de Ignitas, la aldea que colida con el lago humeante.

Un mal presentimiento recorre la columna vertebral de Brianna. Abordar la barcaza ha sido demasiado sencillo. Gult permanece atento. El animal pasea la mirada de un lado a otro de la embarcación. Es como si él también presintiese que algo extraño está por suceder.

La neblina que se forma alrededor de ellos estrecha su cerco. Vapores apestosos emergen y se entrelazan con la neblina. Formas fantasmales danzan con el viento que sopla, cada vez, con más fuerza. Algo choca con la barcaza. Brianna distingue la sombra gigante que se mueve bajo el agua. Desvía la mirada. La proximidad de lo que sea que nade bajo ellos le despierta un temor visceral. La barcaza cruje. El agua hirviente se filtra con rapidez.

—¡Sujetaos! —La advertencia de Yiron llega algunos segundos tarde.

Gult ruge. Calixto se apresura a conjurar un hechizo que les permita seguir a flote. La embarcación cruje de nuevo. Brianna reprime el deseo de gritar hasta quedarse sin voz; el recuerdo de su padre ahogándose aflora de improviso, es como revivir aquella tragedia en un bucle infinito. La grieta se ensancha y la barcaza se parte en dos. Una ola gigante los arrolla. La temperatura del agua es apenas tolerable. La piel de Brianna se escalda. Ella grita con los ojos llenos de lágrimas sin poder acallar los gritos que resuenan en su cabeza; los mismos que escuchó de su padre por última vez. La desesperación es tanta que traga agua y eso la desespera aún más. Gult va a por ella antes de que se hunda por completo. El miedo la paraliza. El felino la empuja con el hocico. La imagen del cuerpo de su padre hundiéndose es un lastre que tira de ella hacia el fondo. Calixto se ocupa de Yiron. La situación es caótica. De seguir sumergidos el agua los asará o la criatura que aún no emerge los devorará. El corazón de Brianna late desbocado. Pensar es una tarea demasiado compleja. El recuerdo de sus chicos acude en el instante en que está dispuesta a rendirse. Sus labios se mueven por inercia. Las palabras brotan con fluidez en el idioma antiguo:

Caum eti isaam silf.

El viento se arremolina con rapidez. Una figura femenina se materializa. Enseguida los cuatro son elevados por ráfagas de brisa fresca. El viaje al otro lado de la orilla dura apenas un par de minutos. La sílfide los deja a las puertas de un bosque de secoyas gigantes que resplandecen como diamantes.

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Adentrarse en el bosque de los sacrificios les lleva más de lo que esperaban. Brianna avanza tras Gult mientras que Calixto y Yiron van a la retaguardia. El sol brilla en su zenit. La temperatura aumenta. La humedad es pegajosa e incómoda. Brianna se detiene. Un aroma acre y penetrante llama su atención. El crepitar que se aproxima en su dirección le provoca un hormigueo de anticipación que despierta un recuerdo que permanecía sepultado en lo profundo de su memoria. La princesa se vuelve; su temor se ve confirmado. La manada de animales flamígeros se abre paso incendiando el suelo por donde pisan.

—¡Corred, princesa! —Yiron desenvaina una espada enorme.

—No te dejaré aquí.

—Debéis hacerlo. Pensad en vuestros sobrinos, en toda Enalterra.

Ella intercambia una mirada con Calixto. Él cabecea. El breve asentimiento le ensombrece las facciones.

—Ve tú adelante, Gult cuidará de ti. Nos veremos en cuanto nos libremos de la manada.

Brianna aprieta los dientes para contener las lágrimas que amenazan con dejarla en evidencia. Aprecia el sacrificio y la lealtad de Yiron y, al mismo tiempo, lo odia. Le recuerda demasiado al sacrificio de su hermana. La cicatriz en su memoria vuelve a ser una herida abierta y sangrante. Lleva demasiado tiempo de pérdida en pérdida. Esa es la principal razón que tuvo para abandonar Enalterra en su momento.

Gult ruge para captar su atención. El enorme felino se desplaza con seguridad. Sus ojos la empujan a seguir adelante sin mirar atrás. Caminar con el peso del desasosiego que le provoca el destino incierto de Yiron mina su ánimo. La incertidumbre se convierte en un lastre insoportable Sobre sus espaldas que todavía no comprende del todo. Continuar se le hace cada vez más difícil. Le cuesta lo inimaginable anular la culpa y el reproche que la sobrecogen de forma inesperada. «La culpa solo sirve para horadarnos el alma. Los sacrificios, por duro que te parezcan, tienen un propósito. Acepta mi sacrificio y el de cada enalterrense que te lo ofrezca porque con él estará sellando un pacto de lealtad eterna». La voz de su hermana es un susurro mental que atenúa la tormenta de emociones que amenazaba con resquebrajar su voluntad. El bosque de los sacrificios cobra un sentido que antes no tenía. El ocaso los alcanza al borde de un acantilado profundo. Gult se detiene. Ella entorna los párpados. El animal se pasea de un lado a otro mientras emite sonidos guturales que a Brianna le suenan a impaciencia.

—¿Dónde diablos está el puente? —La princesa hurga entre sus recuerdos—. ¿Cómo es posible que el puente no esté en su lugar?

—Sí que lo está —replica Calixto.

Brianna se vuelve al escuchar su voz. El consejero tiene la túnica chamuscada, el rostro ennegrecido y su pelo es una especie de maraña indescifrable.

—¿Yiron?

Calixto niega con la cabeza. La princesa traga saliva y se recompone a medias; el dolor sigue allí, latente; por Adara, por Yiron, por tantos que han quedado atrás. Una lágrima se le escapa. La tristeza se le anuda en la garganta y la obliga a respirar varias veces. Las palabras de su hermana resurgen , potentes y surten un efecto sanador. Eleva entonces, una plegaria de agradecimiento y se envuelve en la coraza habitual que protege sus emociones más profundas, antes de hablar:

—¿Qué me estoy perdiendo? Dices que está, sin embargo, yo no veo nada en absoluto más que vacío.

—Debemos esperar a que anochezca. —asegura—. Solo entonces se mostrará.

Brianna suspira profundo. El corazón le late demasiado aprisa. La ansiedad amenaza con tomar el control de un momento a otro y eso es algo que no debe permitirse.

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La mañana siguiente es fría y neblinosa. Cruzar el puente les llevó toda la noche. Ver asomarse el sol a seis pasos de su destino es una experiencia sobrecogedora que Brianna espera no repetir, al menos en los próximos años. La emoción tras poner un pie en terreno firme se esfuma en cuanto ve los enormes árboles que le bloquean el paso. «Mejor no te lo pienses demasiado», se dice y avanza con el corazón en un puño. Atravesar el bosque de los espíritus resulta tan inquietante de noche como a plena luz del día. Pese a que los grandes árboles permanecen en pie y ofrecen un llamativo colorido, todo es un espejismo. A medida que avanza, Brianna experimenta una extraña presión en el estómago. Calixto camina a la vanguardia mientras que Gult se ocupa de mantener a raya a las espectrales hamadríades que se amontonan y susurran su canto mortal. El trío se detiene a unos cuantos metros de la comitiva real tanariana. Minok, a lomos de su kleusat, los observa con altivez.

—Qué honor que la heredera de Enalterra acuda a mi presencia.

—Como si me hubieses dejado otra alternativa. ¿Dónde están mis chicos? —Brianna adelanta un paso.

—Has perdido los modales, querida. Qué mal te ha sentado la estancia entre los humanos.

—Responde a mi pregunta y dime qué es lo que quieres. No perdamos más tiempo.

La montura de Minok resopla. Un humillo apestoso brota de sus ollares. Gult se adelanta a Brianna. La tensión tiñe la atmósfera de un matiz tenebroso; tanto, que el sol queda envuelto por una densa capa de nubes plomizas.

—¿Qué puede querer un rey como yo? Poder… Entrega el trono y te devolveré a tus chicos. Rechaza mi oferta y serán el aperitivo perfecto para Darkon, tú decides.

La mera alusión a la posibilidad de que sus chicos mueran le estruja el corazón y el estómago con tanta fiereza que lucha para no doblarse sobre sí misma. El miedo despierta su irracionalidad. La ansiedad le impide respirar. »Prometiste que cuidarías de ellos». El recuerdo irrumpe dentro de su cabeza como un vendaval. Había hecho una promesa y debe cumplirla. No obstante, dejar Enalterra en manos de Minok sería imperdonable.

—¿¡Cómo te has atrevido a entregarlos al dragón de piedra!? —brama Calixto con el rostro encendido.

El rey tanariano ignora al consejero. Con los ojos clavados en Brianna hace un gesto a su comitiva. Los guerreros que lo acompañan se desplazan hacia la retaguardia.

—¿Y bien? ¿Qué decides?

—El trono de Enalterra no será tuyo jamás, al menos mientras yo viva. —Los ojos de Minok refulgen.

—Que no se diga que Minok irrespeta la última voluntad de una condenada.

El suelo bajo los pies de Brianna se agrieta. La princesa cae, tragada por el enorme cráter. Gult salta tras ella. Minok se retira, sonriente. Antes de abandonar el bosque se vuelve.

—Será mejor que vuelvas al castillo y prepares la ceremonia. No me gusta esperar demasiado, consejero.

—No deberías cantar victoria tan pronto, Minok.

—Si tú lo dices…

Calixto observa cómo el rey se aleja montado sobre la infernal bestia. El consejero pasea la mirada por el cráter con aprensión y eleva una plegaria a los dioses para que protejan a Brianna.

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La oscuridad es tan densa que a Brianna no le cabe la menor duda de que el traidor de Minok la envió directo al kleusaterium, la morada de Darkon. La humedad pestilente le irrita la nariz. El calor aumenta a medida que avanza a tientas. Un gruñido la detiene. El corazón se le sube a la garganta. El par de ojos felinos le arrancan un suspiro. El alivio le provoca un cosquilleo placentero. «Al menos no estoy aquí completamente sola». El pensamiento pretende convertirse en una especie de aliciente. Sin embargo, El potente rugido que estremece la tierra a su alrededor hace que se transforme en un arrepentimiento inmediato. Lo más probable es que la compañía que la espera sea, cualquier cosa, menos grata.

Darkon se desplaza con pesadez. Sus enormes miembros rocosos desprenden arenisca con cada movimiento. La bestia se vuelve en cuanto advierte la presencia de Brianna.

—Habéis tardado más tiempo del que había previsto, princesa. Vuestros sobrinos os han estado esperando con ilusión, ¿no es cierto?

Liam y Connor observan a Brianna sin reconocerla. Es evidente que el miedo no les ha permitido pegar un ojo. Las medias lunas oscuras bajo sus párpados dan fe de ello.

—Hagamos un trato.

—¿Qué podéis ofrecerme? Aún no sois la reina de Enalterra, no contáis con suficiente poder.

—Nuestra sangre es el antídoto a vuestra maldición. ¿No lo sabíais? —miente.

Los ojos de la bestia se transforman en fogatas desbordantes.

—¿Os sacrificaréis?

—Lucharé, que es muy diferente. —Darkon se carcajea.

—De acuerdo, princesa. Vuestro deseo se hará realidad.

—Esperad —interrumpe, pese a que teme que la lengua se le trabe en cualquier momento—. Liberad a mis sobrinos primero.

Confiado en tener todas las de ganar, Darkon corta las ataduras con una zarpa. Los gemelos echan a correr. Gult los alcanza. Aterrorizados, reculan hasta que rozan una de las paredes de la caverna; una lo bastante alejada de lo que promete convertirse en el campo de enfrentamiento.

—¿Lista? —Brianna cabecea en un breve asentimiento.

En voz muy baja invoca el poder de su sangre que, no es precisamente, para romper maldiciones. Por fortuna lleva consigo su arco y el carcaj.

Bomlut dem it naetram. —Coge las flechas y se pincha la palma. Las puntas se iluminan.

La bestia muestra la hilera de dientes. El fogoso escupitajo pasa muy cerca de la princesa. A sorprendente velocidad dispara un par de saetas que atinan en las pupilas verticales del dragón. La fiera ruge. Brianna tiene apenas el tiempo suficiente de disparar dos saetas más que van directo a la boca de la bestia. Darkon cierra las fauces con tanta fuerza que uno de sus colmillos cae y se clava en el suelo. Segundos después, la enorme cola la golpea. Calixto llega a tiempo de evitar que otro golpe aplaste el cuerpo desmadejado de Brianna. Las saetas encantadas cumplen su cometido. El consejero se maldice por no haber acudido en su auxilio con más presteza. El chillido de la bestia es tan agudo que el techo de la caverna se resquebraja.

—¡Corred! —ordena Calixto a los gemelos.

Los adolescentes están paralizados por el terror. Gult ruge. Un chispazo emerge de su lomo. Un par de alas se extienden. El felino clava sus pupilas en los chicos.

—¡Montad en mi lomo, chavales! —les ordena.

Liam y Connor suben sobre él. El animal se impulsa y evita que parte del techo los aplaste. Por su parte, Calixto recoge el colmillo del dragón y carga con Brianna. En el idioma antiguo conjura un remolino que los envuelve y los escupe hacia la superficie.

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El tornado cesa en su ascenso. El león desciende sobre un azulado pastizal. Enseguida Calixto, Gult y los gemelos quedan rodeados por una decena de criaturas aladas. El consejero tiende el cuerpo de Brianna con delicadeza. Una de las criaturas lo aborda.

—La reina Nairea no fue informada de vuestra visita —espeta el merilov antes de extender sus alas.

—Ofrezco disculpas por esta visita tan abrupta; no he tenido otra alternativa. Necesito la ayuda de la reina. —Otro merilov se aproxima. La criatura fija sus ojos iridiscentes en Brianna.

—Avisaré a su majestad. —El merilov se impulsa y en un parpadeo desaparece.

Nairea acude de inmediato. Los merilov se inclinan y permanecen con la cabeza baja.

—Levantaos —ordena y se acerca a Calixto—. ¿Qué ha ocurrido?

El consejero real le informa sin omitir detalle.

—Es de vital importancia traerla de vuelta, majestad.

La reina observa a los gemelos. Después clava las pupilas en Calixto.

—Contraeréis una deuda de sangre, ¿estáis dispuestos a asumirla?

—Los herederos son demasiado jóvenes, majestad. La asumiré yo, si no os importa.

—¡No somos unos críos! —gritan al unísono mientras avanzan hacia la reina.

—Sí que lo sois —insiste ella—. Sin embargo, me resulta conmovedora vuestra reacción. Solo por ello no os tendré en cuenta esta insolencia. Encargaos de mantenerlos a cierta distancia —ordena a sus guerreros.

Los merilov forman un círculo en torno a los adolescentes. Gult ruge a modo de advertencia. Una que los jóvenes entienden a la perfección.

La reina procede. Con certera rapidez corta las muñecas de Calixto con sus garras. La sangre gotea a los pies de Nairea hasta formar un charco consistente. El consejero se tambalea. Los chicos gritan. La reina absorbe la sangre una vez purificada con la tierra del tiempo eterno.

—¡Tinilat ersq viv! —pronuncia Nairea en el idioma antiguo.

Los merilov sujetan a los chicos que, desesperados, luchan para liberarse. Una luz cegadora envuelve el cuerpo de Brianna. Calixto apoya una rodilla en el suelo a efectos de mantener el equilibrio; un consejero real debe morir con honor. La luz es absorbida por el cuerpo de la princesa. Poco después, Brianna toma una gran bocanada y abre los ojos.

—Os agradezco vuestra intervención, majestad —interviene Gult.

—No agradezcas. Vuestro consejero pagó un alto precio por ella. —La reina contempla a Brianna sin parpadear—. Además, solo actué en beneficio de mis intereses. No me conviene sostener una alianza con un rey como Minok, sería igual que permitir que el inframundo se apropie de la superficie. Eso es inadmisible. Ahora marchaos. Debéis restituir el orden en Enalterra.

Los merilov se elevan en formación alrededor de Nairea. La vista de sus alas e intensos colores resulta fascinante. Un portal cobra forma en cuanto las criaturas desaparecen. Liam y Connor se aproximan. Brianna inspira hondo. Cientos de pensamientos pasan por su cabeza. No obstante, la voz de su corazón aplasta las dudas. Ella extiende los brazos y los chicos se lanzan a su encuentro.

—¿De verdad eres tú, mamá? —pregunta Liam.

—Sí, cariño.

—Tienes un aspecto… diferente —comenta Conor.

—Igual que el vuestro —agrega Gult.

Ambos gemelos se observan un instante.

—¿Sigues enfadada?

—No, y vosotros ¿seguís enfadados conmigo? —Los chicos niegan con la cabeza y se aferran como pueden a ella.

—No quiero ser impertinente —interrumpe el felino—, pero debemos regresar antes de que la situación en el castillo y, por tanto, en toda Enalterra, siga empeorando.

Los chicos se apartan de Brianna.

—¿A dónde vamos? ¿De qué castillo hablas? —preguntan.

—Vuestra… Hum, madre, tiene un asunto pendiente.

Ella cabecea mientras les acaricia el rostro. Gult gruñe una vez más para llamar su atención.

—Venga, al mal paso darle prisa —sugiere Brianna.

Tomados de la mano con firmeza, los tres atraviesan el portal seguidos por Gult que carga al lomo el cuerpo de Calixto.

🍃

El retorno de Brianna junto a sus sobrinos genera emociones encontradas entre muchos de los habitantes del reino: alegría, sorpresa, tristeza. La muerte de Calixto ocasiona una cascada de cambios que ella asimila con el apoyo de Gult que, por fortuna acepta ocupar el puesto de consejero real. Resolver la crisis murallas adentro le lleva a la princesa una semana entera. Juicios, firma de pactos, decretos. Ganarse la confianza y la lealtad de quienes escucharon las promesas de Minok requiere de mucho más esfuerzo, aunque no puede decirse que las primeras reuniones no hayan dado frutos. Lograr que cese el baño de sangre hace que Brianna considere la posibilidad de volver al mundo mortal. Por ahora el rey y los tanarianos no han movido ficha. No obstante, eso no significa que el peligro haya pasado.

—¿Estás segura de volver? —Gult la observa con los párpados entornados.

—No voy a mentirte, no es seguridad lo que me motiva —reconoce ella—. Solo creo que si vuelvo con los chicos Minok tendrá mucho más difícil asesinarlos.

—No lo sé, Brianna. Los trajo desde el mundo mortal una vez, ¿qué le impedirá volver a hacerlo?

—Que tanto ellos como yo estaremos alerta. Los sedujo con promesas vacías. Ahora ya saben lo que hay, además han aprendido a utilizar parte de sus poderes durante su estancia aquí.

Consejero y Princesa se asoman por el ventanal. Los gemelos reciben instrucción en la lucha cuerpo a cuerpo daga en mano.

—Muy bien, lo tendré todo listo para cuando decidas volver. Pero esta vez llévate el corion, me quedaré más tranquilo si podemos mantener el contacto.

—De acuerdo. Respecto de cuándo volver, démosles un par de días más. Quiero que al menos sean capaces de defenderse si no me encuentro cerca.

—Así se hará.

🍃

Volver al mundo de los humanos con todos sus recuerdos intactos no fue sencillo de digerir. Disociar ambas partes de sí misma le costó días de estrés y desasosiego ante la posibilidad de llamar la atención más de la cuenta. Por fortuna Liam y Connor habían comprendido (y asimilado) la necesidad de trabajar como un equipo y su conducta había mejorado significativamente. Tener el corion consigo también le aporta cierta seguridad. Brianna reflexiona en relación con los hechos más recientes ocurridos en Enalterra mientras conduce en dirección a Tymon Park. Los chicos la esperan en el Estadio Nacional de Baloncesto y ya lleva cinco minutos de retraso. El sol que brilla con cierta timidez se esconde de pronto. Es como si ese mal presentimiento que lleva rato nublándole el ánimo hubiese abandonado su cuerpo para instaurarse en plena bóveda celeste. El corazón se le dispara y un nudo le impide tragar con facilidad. Las sombras que rodean al estadio despiertan en ella un miedo visceral. Consciente de que el tiempo se le agota pisa el acelerador.

Brianna maniobra con el coche. Un escuadrón completo de tanarianos dirigidos por Minok le corta el paso. El volantazo obliga al vehículo a girar como un trompo. Ella se aferra al volante con fuerza. Mientras aguarda que el coche se detenga sujeta el corion y envía un mensaje a Enalterra. Los recuerdos amenazan con sumergirla en el pasado y ella no está dispuesta a permitir que su mente la traicione. Recibir la señal lumínica de Liam y Connor le insufla valor. Sus chicos se encuentran fuera del alcance de Minok. Ahora le toca a ella hacerse cargo.

El coche se estrella contra la primera línea de tanarianos. Las monturas aúllan y caen despatarradas lanzando por los aires a sus jinetes. Brianna aprovecha el instante para bajarse del vehículo,  da dos zancadas y se aleja. Un trueno cruza el firmamento. La lluvia no tarda en caer. Minok alza el puño. Un vendaval choca contra el muro protector que Brianna acaba de conjurar. La princesa invoca su arco y una flecha. Los ojos del rey tanariano refulgen. Ella inspira hondo. Necesita serenarse para hacer uso de todo su poder.

Claimar et laéng corp triscum.

La punta de la saeta brilla con intensidad. Brianna coge la flecha y hace un pequeño corte que le atraviesa la línea de la vida en su palma derecha. La sangre empapa la punta. Segundos después, repite el conjuro.

—Ni con todo el poder de tu linaje; ni con la magia de sangre… Ni siquiera los dioses van a librarte de mi venganza.

Minok desmonta.

—No será todo eso lo que te destruya, Minok. Es tu sed de venganza la que se volverá contra ti. Es el orgullo que te consume el que abrirá las puertas del inframundo y permitirá que Enalterra por fin sea libre.

—¡No eres rival para mí!

—Jamás he pretendido serlo.

El rey tanariano desenvaina su espada y se abalanza sobre la princesa a gran velocidad. Ella permanece inmóvil a la espera. Los gemelos corren hacia Brianna al percatarse de lo que está por suceder.

Minok empuña la espada con ambas manos. En el instante en que la alza sobre su cabeza, Brianna carga la flecha en el arco. El rey sonríe con malevolencia segundos antes de imprimirle toda su fuerza a la espada. La hoja destella reflejando el relámpago que acaba de iluminar el firmamento. Otro trueno ruge. La princesa apunta y dispara la saeta. La sonrisa de Minok se desdibuja en cuanto la filosa punta le atraviesa el hombro izquierdo. La espada desciende y alcanza a Brianna en el hombro derecho pese a la rapidez con la que se desplaza. La sangre le empapa la blusa. El rey vuelve a embestir. Ella trastabilla y apoya una rodilla en el suelo. El movimiento hace que roce la funda que lleva atada al muslo derecho. Minok ruge eufórico. Brianna coge el colmillo del dragón. Su sangre entra en contacto con el objeto y se enciende. La princesa lo arroja a la garganta del rey. La espada cae y rebota contra el pavimento. Sangre real empapa los labios del último rey tanariano. Minok se lleva la diestra al cuello. En el instante en el que roza el colmillo, estalla envuelto en una lengua de fuego que lo convierte en cenizas. Con él, todo el escuadrón de tanarianos también desaparece.

Brianna se tambalea. Las piernas se le aflojan tanto, que se le dobla la otra rodilla. Los gemelos la abrazan y evitan que caiga al suelo. Un zumbido persistente le impide escuchar las palabras de Liam y los tacos de Connor. Una calidez le recorre todo el cuerpo. Las manos cariñosas de sus chicos la reconfortan. Cierta perplejidad ante sí misma la mantiene en una especie de limbo mientras los gemelos se ocupan de sanarle la herida. Todavía no es capaz de creer lo que acaba de hacer.

La lluvia cesa. El cielo se aclara. El astro rey se abre paso con premura como si supiera que Brianna necesita de sus atenciones. La cálida caricia de los rayos vespertinos la desentumece.

—Mamá, ¿seguro te encuentras bien? —La preocupación en el tono de Connor rompe el ensimismamiento de Brianna.

—Lo estoy, cariño, de verdad. —Ella devuelve el abrazo y los estrecha contra su pecho con tanta fuerza que Liam protesta.

—Eres un quejica —masculla Connor mientras no quita los ojos del hombro de Brianna—. Va a quedarte una cicatriz bastante fea, mamá. Todavía no aprendimos sanación estética.

—A mamá no le importa tener cicatrices, no te rayes por eso.

—Venga, chicos, volvamos a casa.

—¡A Enalterra? —Brianna detecta la ilusión que se filtra en la voz de Liam.

—Enalterra por fin es libre, puede esperarnos un poco más.

—¿Cuánto más?

—No seas petardo, Liam. Deja a mamá en paz. Tenemos trece, todavía nos quedan cinco años en este mundo.

—Jo, este mundo es aburrido. —Connor pone los ojos en blanco.

—Entonces lo haremos divertido —agrega Brianna.

Los gemelos se lanzan un par de miraditas cómplices que su madre ataja al vuelo. Los conoce demasiado bien. La diferencia es que ahora está preparada para lidiar con ellos sin perder la cordura en el intento.


Esta historia fue escrita para el taller Escritorzuelos que dictó Daniel Hermosel, @danielturambar en 2021. Enfrentó un primer beteo en directo. Y así quedó tras el beteo en directo por Adella Brac @adellabrac en su canal de Twitch. Espero la disfrutéis.


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Comentarios

2 respuestas a «Brianna: princesa de Enalterra»

  1. […] Podéis leer el primer relato de la serie y también leer el segundo relato de la serie y dejadme vuestras impresiones. Me haréis muy feliz y me será muy útil para aprender y seguir mejorando. […]

  2. […] Primera entrega de las Crónicas de Enalterra […]

Responder a DUNAY: EL DESIERTO DEL SILENCIO INFINITO – Viviendo Entre Dos Mundos Cancelar la respuesta

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