
Olivia tomó carrerilla y cerró los ojos en cuanto apoyó el pie en la cornisa. Segundos después se arrojó al vacío. La fricción con el aire caliente cubrió sus brazos y el rostro de una fina capa de sudor. Odiaba las noches veraniegas. Era un verdadero incordio combatir la humedad soporífera mientras estaba de caza. Un solo pensamiento le bastó para extender sus alas y planear. Abrió los ojos. Varias gotas de sudor la obligaron a parpadear y maldijo bajito. Su reciente conversión la mantenía expuesta a las debilidades humanas. No veía la hora de librarse de ellas.
Agitó las alas mientras volaba en círculos. Lo menos que necesitaba en ese momento era que se le mojasen las plumas con el sudor. Inclinó un poco la cabeza y se volvió. Atisbar de reojo la empuñadura de su espada le infundió seguridad. Fiarse solo de la sensación de la funda a su espalda no era buena idea. Lo había comprobado una noche en las peores circunstancias y no repetiría la experiencia. Aguzó sus sentidos. El movimiento de una sombra que no era sombra captó su atención y se lanzó en picado.
El parpadeo luminoso evitó que se estrellase contra el poste de luz. Por fortuna pudo remontar a tiempo. Distinguió a su objetivo mientras volaba entre los edificios. Lo siguió con la mirada. Esa era otra de las ventajas de contar con nuevas habilidades. aprovechó la corriente de aire para minimizar la tensión sobre sus alas y reducir la velocidad. No le apetecía estrellarse ahora que estaba tan cerca de cumplir la misión de esa noche.
La sombra que no era sombra giró en la esquina. Olivia resopló. No comprendía la manía de los sombrius de correr siempre hacia los callejones. Tensó el cuerpo y recogió las alas sin plegarlas por completo. El impacto de sus botas contra el pavimento fue menor de lo que esperaba. Echó a correr. No volvería a perderlo esta vez.
Las bombillas de las farolas y edificios se apagaron. El callejón quedó sumido en una oscuridad absoluta. Olivia desenvainó la espada y avanzó con paso firme.
—Terminemos con esto de una vez —propuso mientras escudriñaba entre las sombras—. Entrégame el códice y contarás con cierta clemencia.
—¡Es de mi amo!
Olivia se agachó. Un par de estrellas dentadas pasaron por encima de su cabeza; una le rozó el arco externo del ala derecha. El dolor le arrancó un gruñido.
—Sabes bien que no le pertenece. El códice es propiedad de la hermandad.
—¡Mientes!
—No, no miento y lo sabes. Es tu amo quien miente —aseguró y aferró la empuñadura—. Él incumplió su juramento, traicionó a la hermandad y ahora te usa como a todas sus criaturas para obtener poder.
—¡Mi amo no es un traidor!
Olivia giró el torso. La punta de la espada del sombrius la alcanzó en el intercostal izquierdo. La sombra que no era sombra había adoptado forma corpórea y ella había cometido el error de parlotear con la intención de persuadirlo. ¿Cuándo aprendería? Esteban había escogido su destino; del amigo de su infancia no quedaba nada en absoluto. Más le valía aceptarlo cuanto antes o terminaría convertida en una abominación al servicio de Gabriel.
La fetidez que percibió le advirtió sobre su posición. Enfocó su mente y sus sentidos en la caza. Percibió la respiración acelerada y cogió la empuñadura con ambas manos. Alzó la espada y detuvo el mandoble. El choque metálico de las hojas desprendió algunas chispas. El sombrius la empujó. No obstante, ella no trastabilló. Los ojos de Esteban refulgieron en la oscuridad.
—Ya no soy la misma Olivia —murmuró.
—Tampoco soy el mismo de antes.
Las espadas se volvieron a encontrar. La fuerza del golpe recorrió los brazos de la cazadora. El calor se intensificó. Esteban la barrió con una patada. Olivia cayó de espaldas; sus alas sufrieron el mayor impacto. El dolor la inmovilizó durante algunos segundos. El pulso se le aceleró en cuanto se percató de que no contaba con fuerza suficiente para levantar la espada. El sombrius sonrió.
—Mi amo estará complacido. Él adora coleccionar vuestras alas.
Esteban alzó la espada. La cazadora desvió la mirada un segundo de la hoja hacia el demacrado rostro. Un recuerdo afloró de improviso. Ella y Esteban practicaban en el jardín de su casa.
—Si alguno de esos tíos te aborda, aprovecha su fanfarronería.
—No te entiendo.
—Eres tan delicada que pensará que eres una presa fácil. Deja que lo crea y luego usas las rodillas o los talones y golpeas con fuerza aquí. —Olivia se había quedado perpleja al ver que se señalaba entre las piernas.
El hedor de la esencia la sacó de aquel recuerdo. Percibió el hormigueo que le recorría la piel del torso y los brazos, la parálisis estaba a punto de pasar a ser historia. Se concentró en sus piernas. La orden fue precisa. Pateó con todas sus fuerzas tal como él le había enseñado. El sombrius gritó y se tambaleó. La espada que descendía directo a su corazón, perdió velocidad. Olivia aferró la empuñadura de la suya. Un quiebre de muñeca y lo desarmó.
El ruido metálico reverberó en el callejón. Esteban cayó de rodillas. Las miradas de ambos coincidieron una fracción de segundos. Olivia rodó sobre sí a velocidad sobrenatural. A sabiendas de que el tiempo corría en su contra cogió la empuñadura de nuevo con ambas manos, alzó la espada y le imprimió toda la fuerza al mandoble. El sombrius fijó los ojos en el brillo de la hoja que descendía hacia él.
Olivia utilizó todo su cuerpo para vencer la resistencia de la piel, los músculos y el hueso al enfrentarse a la filosa hoja. La sangre negruzca le salpicó el rostro y los brazos. La cabeza se balanceó sin llegar a desprenderse del todo. Cayó hacia adelante junto con el resto del cuerpo. Reculó un par de pasos para evitar entrar en contacto con el cadáver.
Intentó tragar saliva. El nudo de tristeza y amargura que le obstruía la garganta se lo puso difícil. Cualquier otro en su posición estaría dichoso o por lo menos, satisfecho. Ella, en cambio, se sentía incapaz de regocijarse. Que su amigo hubiese hecho una elección consciente no lo hacía más sencillo. Hurgó con todo el respeto de que pudo disponer. Halló el tomo envuelto en un paquete de piel que Esteban llevaba sujeto a la cintura con unas correas. Se ató el paquete de la misma forma y se ocupó de eliminar los rastros. Canalizó parte de su poder a través de la espada. Con ella desintegró el cuerpo; las sales purificadoras limpiaron el callejón. Mientras trabajaba reprimió las lágrimas. Lloraría su pérdida más tarde, cuando estuviese segura de estar a solas.
Ocultó las alas con rapidez en el instante en el que el firmamento cambió a un degradé de tonos que le daban la bienvenida al amanecer. Abandonó el callejón a pie con la extraña sensación de que, pese a sus creencias y lo que pensara la hermandad, recuperar el códice ancestral no implicaba el fin de los problemas; por el contrario, era apenas el comienzo.
Esta historia fue escrita durante mi participación en la comunidad Surcaletras de Adella Brac. corresponde al #Reto33 y la premisa era escribir un relato que ocurriese en una calurosa noche de verano. Espero os guste.
Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.
Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
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Las bombillas de las farolas y edificios se apagaron. El callejón quedó sumido en una oscuridad absoluta. Olivia desenvainó la espada y avanzó con paso firme.
—Terminemos con esto de una vez —propuso mientras escudriñaba entre las sombras—. Entrégame el códice y contarás con cierta clemencia.
—¡Es de mi amo!
Olivia se agachó. Un par de estrellas dentadas pasaron por encima de su cabeza; una le rozó el arco externo del ala derecha. El dolor le arrancó un gruñido.
—Sabes bien que no le pertenece. El códice es propiedad de la hermandad.
—¡Mientes!
—No, no miento y lo sabes. Es tu amo quien miente —aseguró y aferró la empuñadura—. Él incumplió su juramento, traicionó a la hermandad y ahora te usa como a todas sus criaturas para obtener poder.
—¡Mi amo no es un traidor!
Olivia giró el torso. La punta de la espada del sombrius la alcanzó en el intercostal izquierdo. La sombra que no era sombra había adoptado forma corpórea y ella había cometido el error de parlotear con la intención de persuadirlo. ¿Cuándo aprendería? Esteban había escogido su destino; del amigo de su infancia no quedaba nada en absoluto. Más le valía aceptarlo cuanto antes o terminaría convertida en una abominación al servicio de Gabriel.
La fetidez que percibió le advirtió sobre su posición. Enfocó su mente y sus sentidos en la caza. Percibió la respiración acelerada y cogió la empuñadura con ambas manos. Alzó la espada y detuvo el mandoble. El choque metálico de las hojas desprendió algunas chispas. El sombrius la empujó. No obstante, ella no trastabilló. Los ojos de Esteban refulgieron en la oscuridad.
—Ya no soy la misma Olivia —murmuró.
—Tampoco soy el mismo de antes.
Las espadas se volvieron a encontrar. La fuerza del golpe recorrió los brazos de la cazadora. El calor se intensificó. Esteban la barrió con una patada. Olivia cayó de espaldas; sus alas sufrieron el mayor impacto. El dolor la inmovilizó durante algunos segundos. El pulso se le aceleró en cuanto se percató de que no contaba con fuerza suficiente para levantar la espada. El sombrius sonrió.
—Mi amo estará complacido. Él adora coleccionar vuestras alas.
Esteban alzó la espada. La cazadora desvió la mirada un segundo de la hoja hacia el demacrado rostro. Un recuerdo afloró de improviso. Ella y Esteban practicaban en el jardín de su casa.
—Si alguno de esos tíos te aborda, aprovecha su fanfarronería.
—No te entiendo.
—Eres tan delicada que pensará que eres una presa fácil. Deja que lo crea y luego usas las rodillas o los talones y golpeas con fuerza aquí. —Olivia se había quedado perpleja al ver que se señalaba entre las piernas.
El hedor de la esencia la sacó de aquel recuerdo. Percibió el hormigueo que le recorría la piel del torso y los brazos, la parálisis estaba a punto de pasar a ser historia. Se concentró en sus piernas. La orden fue precisa. Pateó con todas sus fuerzas tal como él le había enseñado. El sombrius gritó y se tambaleó. La espada que descendía directo a su corazón, perdió velocidad. Olivia aferró la empuñadura de la suya. Un quiebre de muñeca y lo desarmó.
El ruido metálico reverberó en el callejón. Esteban cayó de rodillas. Las miradas de ambos coincidieron una fracción de segundos. Olivia rodó sobre sí a velocidad sobrenatural. A sabiendas de que el tiempo corría en su contra cogió la empuñadura de nuevo con ambas manos, alzó la espada y le imprimió toda la fuerza al mandoble. El sombrius fijó los ojos en el brillo de la hoja que descendía hacia él.
Olivia utilizó todo su cuerpo para vencer la resistencia de la piel, los músculos y el hueso al enfrentarse a la filosa hoja. La sangre negruzca le salpicó el rostro y los brazos. La cabeza se balanceó sin llegar a desprenderse del todo. Cayó hacia adelante junto con el resto del cuerpo. Reculó un par de pasos para evitar entrar en contacto con el cadáver.
Intentó tragar saliva. El nudo de tristeza y amargura que le obstruía la garganta se lo puso difícil. Cualquier otro en su posición estaría dichoso o por lo menos, satisfecho. Ella, en cambio, se sentía incapaz de regocijarse. Que su amigo hubiese hecho una elección consciente no lo hacía más sencillo. Hurgó con todo el respeto de que pudo disponer. Halló el tomo envuelto en un paquete de piel que Esteban llevaba sujeto a la cintura con unas correas. Se ató el paquete de la misma forma y se ocupó de eliminar los rastros. Canalizó parte de su poder a través de la espada. Con ella desintegró el cuerpo; las sales purificadoras limpiaron el callejón. Mientras trabajaba reprimió las lágrimas. Lloraría su pérdida más tarde, cuando estuviese segura de estar a solas.
Ocultó las alas con rapidez en el instante en el que el firmamento cambió a un degradé de tonos que le daban la bienvenida al amanecer. Abandonó el callejón a pie con la extraña sensación de que, pese a sus creencias y lo que pensara la hermandad, recuperar el códice ancestral no implicaba el fin de los problemas; por el contrario, era apenas el comienzo.
Esta historia fue escrita durante mi participación en la comunidad Surcaletras de Adella Brac. corresponde al #Reto33 y la premisa era escribir un relato que ocurriese en una calurosa noche de verano. Espero os guste.
Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
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Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
Responder a Una hada madrina escritoril me obsequió el mejor de los deseos: mejorar mi forma de escribir – Viviendo Entre Dos Mundos Cancelar la respuesta