
Camila, arco en mano, sacó una flecha del carcaj con la diestra. El plumado escarlata al final del astil le cosquilleó sobre la piel. Sin perder de vista a su objetivo tensó la cuerda. Apuntó en dirección a la nuez de Adán que ascendía y descendía a cada trago que daba su dueño. La suave brisa estival jugueteó con sus mechones. El aroma a madreselva avivó recuerdos sepultados que solo sirvieron para aumentar la rabia que se le enroscaba alrededor del corazón.
La estridente risotada masculina acrecentó en ella la sed de venganza. Parpadeó varias veces para aclararse la vista y tragó saliva. No era momento de llorar; era tiempo de cobrar la afrenta. La dulce voz de su gemela le erizó la piel. El inusitado susurro le rozó la oreja. Si no hubiese confirmado con sus propios ojos que estaba a varios metros bajo tierra, habría jurado que al volverse la vería allí, como si nada hubiese ocurrido.
—No lo hagas, Cami, te matarán. El sacrificio no merece la pena.
La joven arquera ignoró la advertencia y tensó un poco más la cuerda. Imágenes del cuerpo desmadejado de su querida Eleonor destellaron frente a sus pupilas. El graznido del halcón cruzó el firmamento. La sensación de la madera pinchándole la parte interna de los muslos la devolvió al presente. La hora decisiva había llegado.
Camila disparó. La saeta se incrustó en la gruesa garganta. Segundos después, otra flecha se clavaba bajo la axila izquierda y una tercera atravesaba el muslo derecho. Gritos masculinos se impusieron al íntimo cantar del bosque. El ruido de pasos se escuchaba cada vez más cerca. Aguardó paciente a que dieran con su posición. No era una cobarde; asumiría su responsabilidad y su condena.
Aguzó el oído. Los pasos se alejaban. ¿Habría intervenido León pese a su advertencia? Qué ingenua fue al creer que le obedecería. Él jamás la dejaría a su suerte. El ficticio ulular de una lechuza imposible de avistar disipó sus dudas. El característico roce del metal contra el cuero captó toda su atención. La brisa sopló con más fuerza; el olor a sudor, cerveza y madera ahumada le cosquilleó en la nariz y la impulsó a descender.
—Márchate ahora que he logrado enviarlos en sentido contrario. —Camila miró ceñuda a su interlocutor.
—No soy ninguna cobarde, León. Asumiré las consecuencias.
El guerrero dio un paso para acortar la distancia entre ambos. Ella reculó hasta que la áspera madera del gran tronco le arañó la espalda.
—Tú lo que debes asumir es el trono y para ello debes permanecer con vida —dijo y las pupilas se le contrajeron acentuando el cerúleo tono de sus iris—. Se lo debes a tu pueblo.
León le acunó el óvalo del rostro con la siniestra. Camila se estremeció ante la áspera caricia de quien, hasta hace seis meses fuese su guardián real.
—No soportaré perderte a ti también y es lo que ocurrirá cuando descubran que preferiste otorgar tu lealtad a una rebelde, en lugar de brindársela a los usurpadores.
—Lo harás porque tu deber está por encima de cualquier cosa, incluso de lo que sientes. —León posó los labios en la boca femenina.
Camila se aferró a sus brazos. El desenfrenado encuentro de lenguas y alientos revivió el anhelo adormecido por tanto tiempo de ausencia. Él se apartó antes de que la pasión jugase en su contra. El repentino vacío le encogió el corazón a la joven.
—Es hora de que sigas tu camino. —La inminente despedida obligó a Camila a contener la respiración.
—Vivirás en mi corazón; serás el alimento de mi alma y la espada de mi justicia —declaró con voz trémula—. Tu nombre será recordado y tu linaje honrado mientras me quede aliento. Te perteneceré ahora y siempre. —Camila se llevó el puño derecho al corazón.
—Vivirás en mi corazón; serás el regocijo de mi espíritu, la única dueña de mi amor y la reina de mi vida —murmuró e imitó el gesto—. Servirte ha sido siempre un honor y amarte un privilegio. Vuela libre y regresa más fuerte que nunca.
Camila y León se despidieron como los guerreros que eran. Antebrazo contra antebrazo consumaron el ritual. El sacrificio había sido ofrecido. Cumplidos los formalismos y, a sabiendas de que dar marcha atrás era imposible, como los amantes que nunca dejarían de ser, se abrazaron cariñosamente por última vez.
Esta historia fue escrita durante mi participación en la comunidad Surcaletras de Adella Brac. la premisa era finalizar con la frase : «se abrazaron cariñosamente por última vez». Espero la disfrutéis.
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