EL CANTO DEL DIABLO

Tiempo de lectura estimado: 6 minutos
Un hombre aterrorizado está a punto de ser atacado por una ave gigantesca de aspecto indefinido en un bosque tenebroso
Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel.com

Si Maurice hubiese conocido lo que ocurría en la casa que acababa de alquilar, de seguro se lo habría pensado dos veces antes de habitarla. Dos días le tomó trasladarse al pequeño pueblo donde continuaría con el manuscrito de su novela. Al tercer día salió al jardín trasero. Quizá la vecina sabría decirle dónde podría deshacerse de la jaula vacía. Odiaba socializar; sin embargo, evitarlo podía acarrearle una mala fama que no le convenía en absoluto. Entablaría un diálogo breve. Lo justo y necesario para que no lo considerase un maleducado. De paso, aprovecharía para preguntarle si tenía idea de dónde provenían las plumas que solía encontrarse en los alrededores.

—¿Sabe usted dónde se tiran los cachivaches? —dijo al distinguir el sombrero.

La mujer levantó la cabeza. La amplia sonrisa que le acentuaba las diminutas arrugas que se le formaban alrededor de los ojos se esfumó.

—Menudos modales —dijo y abrió la pequeña portezuela del cercado—. ¿Ya encontró la jaula? Tírela cuanto antes.

Maurice evitó responder. La mordacidad le bailaba en la punta de la lengua. Así pues, se limitó a cabecear.

—¿Ha visto de dónde salen las plumas que encuentro cada mañana? —preguntó y se le aproximó.

Las facciones de la mujer se endurecieron.

—No tengo aves —dijo cortante—. No sé de qué plumas habla.

—De unas como estas —dijo y se agachó a recoger algunas—. Parecen de canario, aunque no he visto ni he oído cantar a ninguno —comentó y le extendió el trío de plumas.

La mujer evitó cogerlas; una vez sobre la tierra, las pisó.

—Agradezca no haberlo oído porque cuando lo haga, pasarán cosas —dijo y sin mediar palabra entró en su casa.

«Y luego el excéntrico soy yo». El pensamiento activó su imaginación. Una escena pedía a gritos que la escribiera; el escritor olvidó la reacción de su vecina. Esa noche un canto desgarrador rompió el silencio. Maurice se asomó; no distinguió nada y volvió a la cama. Al día siguiente, un grito lo obligó a abrir los ojos. Corrió descalzo, apenas vestido con unos vaqueros. Saltó el cercado. Poco faltó para que tropezara con el cadáver de su vecina. Como pudo apartó a la mujer que no cesaba de dar alaridos. La inquilina se inclinó y vomitó. Maurice tragó saliva. El espectáculo del par de cuencas ensangrentadas competía en horror con lo deformados de los labios que el día anterior le habían sonreído.

—Ha empezado de nuevo —dijo un cincuentón del otro lado del cercado—. Si yo fuese usted, joven, me largaba cuanto antes.

Maurice ignoró el comentario.

—¡Llame a la policía! —El hombre hizo un ademán y se dirigió a su casa.

—Hágame caso, joven. Márchese ahora que todavía puede —advirtió antes de perderse en el interior.

El escritor pensó que, si todos estaban igual de chalados que la fallecida y aquel sujeto, tendría materia prima para escribir toda una saga. La inquilina se ofreció a recoger las plumas que, ahora no solo ocupaban el jardín de Maurice, también se veían por doquier en el jardín de su vecina.

—Nunca había visto unas plumas como estas —comentó la mujer mientras tiraba un puñado en la bolsa de la basura.

—Yo tampoco, aunque, a decir verdad, no les veo nada de especial.

—No las habrá visto bien —dijo ella y le mostró un trío—. Tienen tonos rojizos como la sangre. Creo que me quedaré con unas para hacerme un colgante.

Maurice miró las plumas. Le llamó la atención que fuesen más rojas que amarillas. Sin embargo, no le apetecía entablar una conversación sobre plumas y, una vez que llegó el comisario, se marchó con la idea de averiguar a qué pájaro podían pertenecer.

Tal como la noche anterior, el canto desgarrador de un ave rompió el silencio; tal como aquella misma noche, Maurice no alcanzó a ver nada y, tal como el día anterior, esa mañana otro cadáver aparecía en las mismas condiciones que su vecina. El rostro desfigurado de la inquilina se le grabó a fuego en la psique. El olor ferruginoso mezclado con el hedor a orina y heces le revolvió el estómago.

—Todavía está a tiempo de marcharse, joven —insistió el cincuentón desde el otro lado de la verja.

—No tengo ningún motivo para marcharme —espetó con desdén y sacó el móvil para llamar a la policía.

—Si el canto del diablo no le parece suficiente razón, es usted más estúpido de lo que yo me imaginaba —dijo el hombre antes de darse la vuelta.

Maurice abrió la boca y volvió a cerrarla. El sonido rítmico que acompañaba al hombre captó toda su atención. Quiso advertirle que las ruedas de su maleta se atascarían con todas las plumas que se le habían adherido; no obstante, el cincuentón se perdió de vista demasiado rápido.

El reloj marcó la medianoche. Maurice permanecía frente a su pequeño ordenador embebido en una escena que no fluía. Un ruido proveniente de alguna ventana de la casa le aceleró las pulsaciones. De pie en medio del salón vio la silueta de una figura deforme que apenas se distinguía. Ignorando la voz de su sentido común, abrió la ventana. Una brisa gélida cargada con el hedor a podredumbre lo obligó a recular. Tragó saliva. El canto desgarrador le reventó los tímpanos. Quiso correr y perdió el equilibrio. A duras penas logró arrastrarse hasta el jardín. El animal se lanzó en picado. A medio regenerar, lucía como un canario mutante; medio desplumado y con un brillo terrorífico en la mirada, mucho más grande que cualquier ave que hubiese visto. El miedo le encogió el estómago. Segundos más tarde, el inenarrable dolor lo arrastraba a un viaje sin retorno.

A primera hora una pareja se ocupada de limpiar y clausurar la vivienda. Afuera, el comisario dirigía el operativo.

—¿Creéis que será suficiente esta vez? —preguntó el policía.

—Se ha zampado a cuatro, eso nos da cierto margen de maniobra —respondió el hombre.

—Al menos el suficiente para hallar a otro incauto —murmuró la mujer antes de clavar en el jardín delantero el letrero de se alquila.

Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
café
en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

Valora esta historia

Comentarios

2 respuestas a «EL CANTO DEL DIABLO»

  1. Avatar de JascNet

    Ves, Lehna, por eso yo no viajo. jajajaja
    Mira que me encantaría irme un mesesito a un pueblito rústico y tranquilo, pero seguro que mis pesadillas escritas se convierten en realidad.
    ¡Mira, ya me salió otro posible relato de terror! 😉
    Terrorífico, pero interesante relato. Si te pones, le sacas novela.
    Abrazote, Besho y ashushón.

    1. Avatar de Lehna Valduciel

      ¡Hola, querido Jose!
      Estoy como tú, aunque no me quejaría si me gano unas semanitas en algún paraíso.
      Gracias por pasarte por aquí y dejarme tus impresiones. Escribe ese relato, anda, capaz así te libras de alguna pesadilla y la cambias por un viajecillo.
      Me apunto tu sugerencia, ya contaré si sale algo.
      Te abrazo gigante con axuxones incluidos.

Responder a Lehna Valduciel Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *