
Liam se incorporó de golpe sudoroso y agitado. Los brazos le dolían y la cabeza le palpitaba con una intensidad desesperante. Evitó abrir los ojos; eso solo le intensificaría la migraña. Se levantó como pudo, justo a tiempo de entrar en tromba en el baño, agacharse y asirse al inodoro como si su vida dependiese de vaciar el estómago.
Por fortuna apenas comenzaba a despuntar el alba; lo supo cuando se atrevió a abrir los ojos y su cabeza no estalló en mil pedazos. Inspiró despacio y abrió el pequeño gabinete; sacó la medicación, tomó las dos píldoras cogiendo agua del grifo y se metió en la ducha.
Mientras esperaba que la migraña se fuese de paseo, recordó ese maldito sueño. Frunció el entrecejo al darse cuenta que llevaba una semana soñando lo mismo sin que hubiese ningún cambio; era siempre la misma escena con el mismo resultado.
—Más vale que esta noche no me jodas —masculló recordando su migraña—. Quiero celebrar Halloween como las personas normales y no en un puto hospital.
***
Ashley y Kate caminaban por South Rampart Street, indecisas. Compartieron una mirada cómplice y extendieron la mano derecha a la cuenta de tres para decidir en cuál tienda debían entrar.
—¡Piedra! —exclamaron al mismo tiempo.
Ambas rieron. Ashley señaló una en cuya vitrina se veían diversos objetos asociados a la brujería, el vudú y demás artículos para los iniciados en el ocultismo. Kate arrugó la nariz; sin embargo, se dejó arrastrar al interior. En el mostrador un hombre alto, corpulento y con un atuendo gótico les ofreció una sonrisa que a la chica le erizó los pelos de la nuca.
—¿En qué os puedo servir?
«En abrirnos las puertas para salir de aquí cagando leches», pensó Kate mientras el hombre la observaba sin parpadear.
—Vamos a dar una fiesta para celebrar Halloween y queremos que el ambiente sea siniestro —explicó Ashley con voz empalagosa.
Utilizaba ese mismo tono de voz cuando quería ligarse a algún tío.
—Habéis venido al sitio perfecto.
Ashley sonrió de oreja a oreja; en cambio su amiga seguía sintiendo una necesidad acuciante de salir corriendo y alejarse de aquel tío tanto como le fuese posible.
—¿Buscáis algo en especial?
—La verdad es que sí… —La joven miraba las estanterías, indecisa—. Quiero recrear la celebración de Samhain como los antiguos Celtas.
Los ojos del hombre reflejaron un brillo chispeante y malicioso.
Kate deambulaba sin detenerse. La impaciencia por salir de allí aumentaba a un ritmo acuciante mientras Ashley y el vendedor no paraban de coger artículos. Veinte minutos después, extendió la mano en la que sostenía la tarjeta de crédito y la identificación.
El hombre se ocupó de registrar la compra. Tras la campanilla característica de las cajas registradoras antiguas, apareció sobre el mostrador una invitación a la fiesta de esa noche. El vendedor alzó una ceja, divertido; Kate, por el contrario, veía la escena con la boca fruncida en un gesto que no disimulaba su desaprobación.
—Gracias por tu compra.
—Te esperamos esta noche, ¿irás? —preguntó Ashley con las pupilas como dos ascuas.
Kate cogió las bolsas y le dio un tirón a su amiga para sacarla de la tienda. La atmósfera tan espeluznante se le hacía insoportable. Pese a su insistencia, Ashley se tomaba su tiempo en recoger la tarjeta y la identificación.
—No me lo perdería por nada, Ashley. —El hombre se giró para coger algo de una de las estanterías.
Kate balanceó su peso de un pie a otro. Quería salir de ahí de una puta vez para frotarse los brazos; espantarse el frío que la recorrió de los pies a la cabeza y le erizó toda la piel era casi una necesidad.
—Vamos, Ashley —dijo en voz casi inaudible—, falta mucho por hacer para lo de esta noche. —Dio un paso hacia ella y la cogió por la muñeca.
«La tarjeta y la identificación eran las mías, no las suyas», pensó y un nudo de temor se le formó en la boca del estómago.
—Espera, Ashley. —El hombre le extendió la mano para ofrecerle un recipiente de metal muy raro, labrado y de aspecto muy antiguo—. Para que lo coloquéis en el altar.
«¿Cómo sabe este tío que pensábamos simular un altar esta noche?», se preguntó Kate mordiéndose el labio sin perder de vista el objeto.
La mirada de ambos se cruzó por un instante. Los ojos de aquel hombre cambiaron de color; pasaron de verdes a un naranja con aros rojizos. Ella dio un traspié por la rapidez con la que intentó aumentar la distancia entre ambos.
—Gracias, quedará perfecto …
Ashley guardó el objeto en una de sus bolsas y sonrió, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
—Cuidado, hay caídas que pueden ser peligrosas.
El hombre miraba a Kate sin parpadear.
Ashley se giró para ver a su amiga. Kate notó el fastidio reflejado en la forma en que arrugaba la nariz y prefirió guardar silencio. Ashley puso los ojos en blanco y le dio la espalda; el magnetismo del hombre robó su atención por completo.
—No te preocupes, Kate siempre ha sido así de patosa para todo.
El vendedor sonrió mientras ella seguía en silencio, aferrando cada bolsa con la mirada clavada en el suelo.
—Id con cuidado y que los espíritus os acompañen.
Ashley sonrió y se despidió con un ademán. Kate se apresuró a abrir la puerta. Antes de salir, levantó la mirada con la intención de volver a ver aquellos ojos; no obstante, la tienda estaba vacía.
***
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